“Ver el mundo en blanco y negro nos aleja de la moderación y de la paz interior porque la vida, por donde se mira, está compuesta de matices.

Querer imponer al universo nuestra primitiva mentalidad binaria no deja de ser un acto de arrogancia y estupidez.”

Walter Riso.

sábado, 28 de junio de 2014

viernes, 27 de junio de 2014

Las siete virtudes del bushido japonés


Corría el año 1702 cuando un grupo de 47 valerosos guerreros se vieron obligados a convertirse en ronin. A partir de ese momento y en plena era Edo,  la sociedad japonesa los vería como meros desechos humanos ya que los samuráis por aquel entonces apenas tenían una función social ¿Y cuál fue la razón de esta deshonrosa situación? Pues porque el señor al que pertenecían no tuvo más remedio que suicidarse mediante seppuku debido a que había agredido a Kira Kozukenosuke, un alto funcionario del gobierno nipón.

Con la muerte de su amo, estos samuráis ya carecían de una meta en su vida, y por ello decidieron vengar a su daimyo. Cuando finalmente lo consiguieron, estos guerreros se entregaron voluntariamente a la justicia japonesa y después del juicio fueron sentenciados a cometer seppuku al igual que su señor.

Siglos más tarde, esta bonita historia sigue siendo muy famosa en el país del sol naciente ya que ensalza los valores de la justicia, valor, honor y lealtad dando así al código del Bushido,  que se resume en siete virtudes. No estaría de más que nosotros aplicásemos alguna de ellas en nuestras vidas.


1. Gi - justicia (decisiones correctas)

Un samurai cree en la justicia ciega. Hará lo posible para que se convierta en realidad y luchará siempre para que esta se cumpla. Aquí no existen “medias tintas”. Para un samurai solo existe lo correcto e incorrecto y peleará con cualquier medio a su alcance para  conseguir lo primero hasta el fin de sus días.

2. Yuuki - Coraje

Lo más deshonroso para un samurai es meterse en “un caparazón de tortuga” y no actuar. Por ello es muy importante sacar el coraje cuando la situación lo requiera y mover a las masas en post de una causa justa. Aunque eso suponga poner en riesgo su vida.

3. Jin – Benevolencia

El samurai es un guerrero hábil, fuerte y rápido al contrario que los demás hombres de a pie. Por esta razón, este siempre tiene que usar su fuerza para proteger a los más débiles. Sino surge la situación, pues hay que buscarla para poder ayudar a los demás en la medida de lo posible.

4. Rei - Respeto, Cortesía

La crueldad y la irrespetuosidad son los mayores enemigos de cualquier buen samurai que se precie. Incluso en la batalla, el samurai tiene que ser respetuoso y bondadoso con sus contrincantes. De lo contrario solo está mostrando su lado más fiero y asesino, y eso le convierte en un mero animal, en una bestia que solo se rige por sus instintos.

5. Makoto - Honestidad, Sinceridad absoluta

La palabra de un samurai tiene más valor que cualquiera de las piedras más preciosas del mundo. Cuando este dice que va a hacer algo, es que ya está hecho. No dice: “de acuerdo, te promete que lo haré”. ¿La razón? Pues porque decir y hacer son dos palabras sinónimas para un samurai.

6. Meiyo - Honor

Sin duda una de las virtudes más relevantes que existen dentro del código del Bushido. Las acciones y no las palabras son las que los definen a los buenos samuráis. Si por la razón que fuese y por mínima que sea, han realizado un acto deshonorable, solo pueden restaurarlo mediante seppuku.

7. Chuugi – Lealtad

Un samurai es plenamente fiel con cualquiera de los que le sigan. Da igual que sea su amo o un sirviente a su cargo. Si les ha prometido (o hecho) que les cuidará y honrará, tiene que cumplir con su palabra con todas sus consecuencias. De lo contrario se convertirán en un mentiroso, deshonroso y poco fiable. 

Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/

Cuando el alma necesita llorar.


Me encantan esas noticias que te hablan sobre viejas creencias existentes que se van desmoronando con el tiempo.

El otro día leía que los científicos ya no consideran que los presentimientos sean sólo una leyenda popular que se pierde en la noche de los tiempos, hoy debes ponerle atención a tus presentimientos;  los estudios muestran que somos capaces de adelantarnos a algo que ocurrirá, en un lapso de menos de cinco seguros, no ocurre siempre, pero ocurre.

¿No es interesante? Claro que sí. Pero hoy me he enterado de algo que vendrá bien para aquellos que se niegan a externalizar sus emociones, los que siempre piensan en la compostura. Siempre he dicho que si tenemos la facultad de reír y llorar ¿por qué privarnos de ello? Yo suelo reír con total desenfado, si he de reír una broma o un evento feliz lo disfruto al máximo, y si he de llorar, lloro con total libertad, no quiero guardarme en el corazón lágrimas que me hagan sentir frustrada o herida por mucho tiempo. Mejor las dejo correr y que las lleve el viento, suena poético, lo sé. De todas maneras estudios recientes afirman que llorar le hace bien al alma.

Esto no es nada nuevo, ya que seguro que tú lo has sentido por ti mismo, cuando agobiados por los problemas un día nos dejamos llevar por las lágrimas, cuando hemos perdido alguien que nos era importante, las lejanías, las cercanías que duelen, las frustraciones, las pequeñas victorias y las grandes derrotas, que hemos llorado, claro que sí… Pero no es lo que debemos hacer según los que piensan insisto, que debemos ser siempre controlados, que las lágrimas son una debilidad…

No pensemos tampoco en aficionarnos al llanto, la vida requiere también de entereza, pero cuando queremos llorar porque nos sentimos derrotados, por qué no dejar que esas lágrimas nos liberen del sentimiento, por qué negarle a la felicidad, unas lágrimas que siempre emanan fácilmente y que luego parecen extinguirse sin más… Dicen que después de la tormenta viene la calma, llorar es saludable por cuanto nos libera de la frustración y el estrés, que lo dicen los expertos, y después de llorar seguro nos sentiremos mejor… Aunque las cosas no cambien por una lágrima, siempre podemos y en eso estarán de acuerdo conmigo, retomar con más calma, el empeño de la vida… Llora que es sano, y llora porque eso alivia el alma. “Emociones expresadas, emociones superadas”.

Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/



lunes, 23 de junio de 2014

“Pero la Biblia dice…”: Una lectura católica de Romanos 1 sobre la Homosexualidad.



Mi charla de hoy tiene un título algo raro. Una de las razones por las que suena raro es porque considero que serían pocos los católicos que tal vez interrumpiesen un debate teológico con la frase: “Pero, la Biblia dice…” tal o cual cosa. Y esto se debería no tanto al famoso estereotipo acerca de la ignorancia católica de las Escrituras, cuanto al hecho de que en una discusión católica, es poco probable que un recurso a la autoridad tomara la forma de una apelación a la Biblia. Es mas probable que tal recurso revistiera la forma de: “Pero el Santo Padre dice que…” o: “Pero está en el Catecismo…”. De modo que, ¿por qué ofrecer a la gente una lectura católica de Romanos 1?
Son dos razones, en verdad, las que me llevaron a elaborar y ofrecer esta aportación. En primera instancia, he de decirles que fui educado como protestante evangélico, y este texto, Romanos 1, fue realmente un texto de terror para mí, un texto de alguna manera relacionado con una profunda aniquilación emocional y espiritual. Algo que provocaba en mí una parálisis. De modo que, en la medida en que me encuentro cada vez más libre de aquel terror, me parece justo tratar de ofrecer un mapa de carretera a otros que, sea la que fuere su afiliación eclesial, tal vez sufran de las mismas trabas de conciencia que parece imponer cierta lectura tradicional de este texto. Pero hay una segunda razón, a mi juicio, no menos importante. Debido a los argumentos que han surgido a causa de unos nombramientos episcopales en la Iglesia Anglicana, en ambos lados del océano Atlántico, se ha generado una cantidad de escritos en la prensa en los que se ha repetido ad nauseam la frase “La Biblia tiene muy claro que…” esta u otra cosa. Es más, se nos dice, una y otra vez, que aquellos que piensan que a la gente gay se le debe permitir que se case, o bien que el ser gay no debiera ser obstáculo para la consagración episcopal, están repudiando de alguna manera un mandamiento sagrado, evidente y escrito. La noción de que “La Biblia lo tiene muy claro”, ha sido divulgada casi sin contestación por parte de los medios, que han encontrado más fácil presentar el asunto como una discusión entre conservadores que toman la Biblia en serio – y por eso son contrarios a la gente gay – y gente liberal que no la toma tan en serio – y por eso no es tan contraria a la gente gay.
Pues bien, lo que aquí se está haciendo objeto de parodia es la Biblia. De hecho, me parece que si algo se puede decir al respecto es que si se presentaran las cosas exactamente al revés, uno se aproximaría más a la verdad. Se precisa de una lectura muy moderna y liberal de la Biblia para hacer de ella un arma contra la gente gay. Y los que se niegan a hacerlo son, a menudo, muy tradicionales en sus hábitos de lectura bíblica. Sin embargo, semejante aseveración suena tan contraria a lo que se intuiría en nuestro mundo, que me gustaría tomar un poco de tiempo para mostrar que existe, por lo menos, una forma que es a la vez católica y perfectamente respetable de leer este texto, y que nos permite entenderlo bajo una luz bastante diferente.
Antes de una primera lectura del texto, me gustaría hacer dos observaciones de entrada. Si alguno de nosotros se confronta con el siguiente pasaje de Romanos 1, le parecerá que tiene un significado evidente:
Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; (Romanos 1, 26)
Una rápida encuesta en cualquier país de habla española hoy en día probablemente estaría de acuerdo con la siguiente afirmación: “Esto se refiere evidentemente al lesbianismo. Es el sentido obvio de las palabras. Negar que esto se refiera al lesbianismo es el tipo de actitud que se esperaría de un exegeta bíblico con más inteligencia que sentido y que esgrimiera una fuerte espada ideológica.” Pues bien, lo único que me gustaría señalar a estas alturas, es que existen varios comentarios sobre estas palabras, fechados en el lapso que va de la composición del texto de Romanos 1 a la predicación de san Juan Crisóstomo, a fines del siglo IV. En ninguno de estos comentarios se imagina siquiera que el pasaje que les cité haga referencia al lesbianismo. Tanto san Agustín como Clemente de Alejandría lo interpretan sin más como referencia a mujeres que tienen relaciones anales con personas del sexo opuesto. Crisóstomo es el primer Padre de la Iglesia de quien tenemos constancia que haya leído este pasaje refiriéndose al lesbianismo.
Mi primera observación, entonces, es ésta: sin entrar siquiera en la cuestión de quién se acerca más a lo que san Pablo quiso expresar en su frase, una cosa es innegable. Lo que entienden los lectores modernos como el “sentido auto-evidente del texto” no fue auto-evidente para san Agustín, personaje que ha gozado durante muchos siglos de la reputación de ser un lector especialmente autorizado de las Escrituras. De modo que no puede afirmarse la existencia de un testimonio ininterrumpido, basándose en el hecho de que el texto se haya leído siempre con referencia al lesbianismo. No existe tal testimonio ininterrumpido. Ha sido perfectamente normal durante largos siglos leer este pasaje en la Iglesia Católica sin imaginar que san Pablo estuviese diciendo cualquier cosa sobre el lesbianismo. Esto significa que ningún católico se encuentra obligado, bajo ninguna circunstancia, a leer el pasaje refiriéndolo al lesbianismo. Es más, es una posición perfectamente respetable para un católico afirmar que no existe referencia alguna al lesbianismo en la Sagrada Escritura, en vista de que el único candidato para el papel de “posible referencia”, es un pasaje cuyo sentido “auto-evidente” fue tomado, durante varios siglos, como algo diferente.
Esta observación es de índole negativa. Demuestra claramente que al lector católico no se le puede obligar ni a que confirme lo auto-evidente de lo que dice san Pablo, ni a que lea aquellas palabras como refiriéndose al lesbianismo.
Mi segunda observación es de índole más positiva. Según el órgano oficial de enseñanza de la Iglesia Católica, los lectores católicos de la Sagrada Escritura tienen como deber positivo el evitar ciertas actualizaciones del texto, es decir, ciertas maneras de hacer que textos antiguos incidan de manera sencilla en realidades modernas. Les voy a leer lo que dice, y recuerden, por favor, que es esto algo más que un mero parecer. Es la enseñanza oficial de la Pontificia Comisión Bíblica, la cual es, por lo menos, una fuente autorizada de orientación católica acerca de cómo leer las Sagradas Escrituras. La instrucción se encuentra en su documento de 1993: “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”.
Es necesario proscribir también, evidentemente, toda actualización orientada en un sentido contrario a la justicia y a la caridad evangélicas, como las que querrían apoyar sobre textos bíblicos la segregación racial, el antisemitismo o el sexismo, masculino o femenino. Una atención especial es necesaria… para evitar absolutamente actualizar algunos textos del Nuevo Testamento en un sentido que podría provocar o reforzar actitudes desfavorables hacia los judíos. (La interpretación de la Biblia en la Iglesia, IV.3.)
La lista que da la Comisión deliberadamente no agota los posible malos usos de la Sagrada Escritura, pero tiene la ventaja de enfrentarse a la que es fácilmente la más importante de cualquier posible actualización impropia, aquella relacionada con la traducción de las palabras ‘οι ’Ιουδαιοι, especialmente donde aparecen estas palabras en el Evangelio de San Juan. Les pido considerar muy claramente lo que significa esta instrucción. Quiere decir que quienquiera que tradujere las palabras ‘οι ’Ιουδαιοι literalmente como “los judíos” o interpretare estas palabras como haciendo referencia al pueblo judío en su integridad, ahora, o en cualquier momento del pasado, lo está traduciendo menos exactamente, y ciertamente menos en comunión con la Iglesia que alguien que lo tradujera menos literalmente como “las autoridades judías” o “las autoridades locales” que eran, como casi todo el mundo en el Evangelio de San Juan, judíos.
Ahora bien, cuando se considera lo absolutamente fundamental que ha sido el pueblo judío y su relación con la Iglesia en el desarrollo de la doctrina cristiana, si se nos exhorta a “evitar absolutamente cualquier actualización de algunos textos del Nuevo Testamento”, entonces se deduce fácilmente que una aseveración como la siguiente es perfectamente razonable, y casi altamente recomendable, como orientación hacia una lectura debidamente católica de un pasaje que trata con algo mucho menos importante. Hela aquí: Dada la posibilidad por un lado de un significado antiguo y restringido en un texto, significado éste que no se transfiere fácilmente a categorías modernas, y por otro lado la posibilidad de un significado que salta fácil y expansivamente a las categorías modernas y ha tenido efectos contrarios a la caridad para las personas modernas a quienes se tilda de esta forma, es de preferirse la lectura antigua y restringida a la actualizada.
Pues bien, hasta ahora son nada más dos pequeñas observaciones introductorias. No existe ninguna obligación para que los católicos lean Romanos 1 como refiriéndose a lo que dicen algunos lectores modernos que es su significado evidente. Y, es más, dada la posibilidad de un significado antiguo y limitado o un significado moderno más expansivo que trae daños potenciales a una categoría de gente moderna, una lectura católica debería preferir el significado antiguo y limitado.
Ahora voy a pasar a una lectura del texto. Se lo voy a leer dos veces. Una vez en una versión corriente que ustedes pueden encontrar en casi cualquier traducción bíblica moderna – de hecho voy a leer la versión de La Biblia de las Américas. Y la segunda vez, exactamente en la misma versión, para decir verdad, exactamente en la misma traducción. Pero en esta ocasión habré quitado todo lo que no es de san Pablo. Antes que ustedes digan: “Ah, de modo que ahí está el truco: tiene algún argumento complicado para demostrar que san Pablo no pudo haber dicho tal o cual cosa, de modo que va a afirmar que algún párrafo, que no le cae bien, no tiene a san Pablo por autor”, me apresuro a asegurarles: No voy a quitar en absoluto ninguna palabra del texto. Pero sí voy a quitar todos los números. Me refiero a los números correspondientes a los versículos y capítulos. Es decir, lo que no es de San Pablo. Los números fueron una añadidura medieval. Primero la división en capítulos, y luego la subdivisión en versículos. Esto se concibió como una ayuda sencilla para que el lector se orientase en el texto, de la misma manera que un sistema de catalogación de libros se supone que ayuda a uno a orientarse en una biblioteca, más bien que señalarle a uno cuáles libros son importantes y dignos de ser leídos, y cuáles no. Por supuesto Pablo no escribió su Epístola a los Romanos en capítulos y versículos. La escribió, o la dictó, en una prosa griega continua con escasa puntuación. Verán ustedes hasta qué punto la introducción de los números ha llegado a congelar cierta lectura del texto, haciéndola “normal”, como sí los números tuviesen suficiente autoridad para hacer esto. Verán también qué tan diferentemente se entiende el pasaje si se le quitan los números.
Notarán también una diferencia en el tono de la lectura. La primera vez leeré en los tonos portentosos del Ayatolá Pablo, quien acaba de bajar, cual Charlton Heston, del Monte Sinaí, ardiendo en celo por dictar la palabra unívoca del Señor con respecto a la iniquidad. Sin que yo conociera aquellas grandes palabras tipo “Ayatolá” y “portentoso”, y sin que hubiera visto la película de “Los Diez Mandamientos”, con Charlton Heston, fue ésta la lectura que me pareció auto-evidente en mi adolescencia, la lectura que se auto-leyó por medio de mis ojos, y tal vez sea la que les ha sido auto-evidente también a ustedes. Espero sugerir que el tono que nosotros traemos al texto, cuando lo leemos o escuchamos, por lo menos iguala en importancia a las palabras impresas, en la elaboración de una lectura que parece auto-evidente. La segunda vez, leeré el pasaje en el tono, que pasa de lo sublime a lo trivial, del rabino Pablo, heredero de una tradición rica en lecturas irónicas y subversivas. Y, para que no se queden preocupados de que, al referirme a Pablo como un rabino, esté buscando socavar su autoridad apostólica, la que queda de alguna manera resguardada si se le lee en los tonos de un Ayatolá, me gustaría aclarar que la palabra “rabino” señala aquí, en mi entendimiento, el estilo y la retórica que emplea Pablo, y de ninguna manera socava su autoridad. Pablo fue apóstol precisamente como alguien muy bien instruido en la tradición de la interpretación rabínica. Espero que esta segunda lectura, después de que la haya realizado, les parezca tan auto-evidente como ahora me lo parece a mí.
De modo que, adelante con Romanos 1, 14 hasta el final, en la versión de La Biblia de las Américas:
14 Tengo obligación tanto para con los griegos como para con los bárbaros, para con los sabios como para con los ignorantes. 15 Así que, por mi parte, ansioso estoy de anunciar el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. 16 Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. 17 Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: mas el justo por la fe vivirá. 18 Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad; 19 porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. 20 Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. 21 Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. 22 Profesando ser sabios, se volvieron necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. 24 Por consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos; 25 porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. 26 Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; 27 y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío. 28 Y así como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran las cosas que no convienen; 29 estando llenos de toda injusticia, maldad, avaricia y malicia; colmados de envidia, homicidios, pleitos, engaños y malignidad; son chismosos, 30 detractores, aborrecedores de Dios, insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores de lo malo, desobedientes a los padres, 31 sin entendimiento, indignos de confianza, sin amor, despiadados; 32 los cuales, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican.
¿Les suena conocido?
Bueno, demos ahora la segunda vuelta. Primero, algunos detalles a manera de antecedentes. Según el parecer de los peritos, Pablo escribió esta carta en Corinto. Por lo visto va dedicada a dos grupos de cristianos que constituyeron la Iglesia en Roma: el grupo de los creyentes judíos en Cristo, y el grupo de los creyentes gentiles en Cristo. Parece ser que había algunos problemas de rivalidad entre estos dos grupos, y que por una parte los cristianos judíos se consideraban superiores a los gentiles bautizados, mientras que éstos se consideraban superiores a aquéllos. Pablo habla en primer lugar a los cristianos judíos para explicarles que, aunque es cierto que todos los tesoros de la revelación han llegado por medio del pueblo judío, no son ellos de hecho superiores a los gentiles, sino que tienen la misma necesidad que los gentiles de la salvación que ha efectuado Jesús. Luego se vuelve a los gentiles para explicarles que no son superiores a los judíos por el hecho de no haber vivido bajo la Ley, sino que son igualmente dependientes de la redención de Cristo. El objetivo es subrayar hasta qué punto todos los seres humanos son dependientes de la salvación obrada por Cristo. Todos han pecado, y todos necesitan de la gracia, sin excepción. Que yo sepa, este marco básico para la lectura de la Epístola de los Romanos lo tiene en común la mayoría de estudiosos de toda estirpe. O sea, hasta aquí, no hay nada especialmente controvertido.
Pues bien, una vez asentado esto, mi punto de partida para la lectura de Romanos 1 no se encuentra dentro de Romanos 1. De hecho, es lo que nosotros conocemos como Romanos 2,1, y no lo escucharon en la lectura que les acabo de hacer. Se lee como sigue:
Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas.
Ahora bien, les sugiero que no deja de ser extremadamente curioso el comenzar un nuevo argumento, o un nuevo capítulo con la frase “Por lo cual…”. Normalmente una frase que comienza “por lo cual” es señal de que se está al punto de dar la conclusión del argumento que viene antes. Quiere decir, que todo el por qué de lo que antecede está al punto de revelarse. Supongamos que no tuviésemos un manuscrito fidedigno del comienzo de la Epístola de San Pablo a los Romanos, sino que simplemente sabíamos que faltaba un trecho pequeño, y que el manuscrito que tenemos comienza con lo que nosotros llamamos Romanos 2,1. Bueno, podrían ustedes apostar grandes cantidades sobre la probabilidad de que todas las tentativas de reconstruir el pasaje que faltaba procederían con base en la premisa segura de que, fuera lo que fuere el contenido que faltaba, de alguna manera llevaba a la indicación de que nadie está en una posición para juzgar a los demás. Dando por sentado el sentido de aquello que nosotros conocemos como Romanos 2 y 3, donde se arguye contra la superioridad de los judíos sobre los gentiles en la Iglesia, es muy probable que los exegetas propongan el que, diga lo que dijere el trecho perdido, es muy probable que incluía un argumento que llevaba a la conclusión de que, sean cuales fueren las aparentes señales de superioridad de que gozaban los creyentes judíos en Cristo, estos se encuentran de hecho fundamentalmente en la misma situación de los gentiles con respecto a todo lo verdaderamente importante.
Ahora, ¡cuál no será su zozobra al descubrir que el gran paleontólogo bíblico, casi ciertamente alemán, por cierto, Herr Doktor James Alison, al mostrar una extraordinaria destreza, casi meritorio de un premio Nobel, en el uso de las teclas de su software bíblico “Hermeneutika Bible Works 5”, éste mismo ha conseguido descubrir y reproducir el trecho que faltaba y que conduce a lo que llamamos Romanos 2,1! Y para mayor sorpresa de todos, el trecho se perfila exactamente como lo vaticinado por aquellos sabios exegetas, que utilizaron como base para su deducción el versículo que prohíbe el que se juzgue a otro. Déjenme mostrarles cómo el escritor rabínico, Pablo, coloca las bases para llegar a su conclusión:
Tengo obligación tanto para con los griegos como para con los bárbaros, para con los sabios como para con los ignorantes. Así que, por mi parte, ansioso estoy de anunciar el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: mas el justo por la fe vivirá.
Aquí Pablo expone muy claramente qué es lo que quiere hacer, al justificar su misión a algunos oyentes judíos potenciales que estarían muy poco contentos con el énfasis de Pablo en los gentiles. De modo que pasa a hablar en términos que serían conocidos por cualquier judío practicante y educado de la Diáspora. Casi cita directamente un libro que aparece en la Biblia Católica como el Libro de la Sabiduría, o La Sabiduría de Salomón, y ciertamente demuestra que da por sentado el que sus oyentes lo conozcan. Una parte de este libro es un sencillo tratado judío contra todas las iniquidades de la idolatría pagana. Moisés tenía sus predicadores en todas las ciudades, quienes exponían el monoteísmo judío y atraían a la gente desde los cultos de los gentiles, y fue esto justamente el tipo de cosas que dirían aquellos predicadores. He incluido los versículos relevantes de los capítulos 13 y 14 del Libro de la Sabiduría en un Apéndice para que ustedes lo lean con sus propios ojos [Véase Apéndice 1]. Aquellos versículos y los de san Pablo se asemejan mucho en su análisis de la idolatría.
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad; porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Pues bien, aquí tenemos un trecho típico de la polémica judía con respecto a los gentiles en general. El tipo de cosas que hacen es “cambiar” (una palabra que también aparece en Sabiduría) – algo así como “travestir” – la gloria de Dios por unas imágenes. Todos los lectores y oyentes de Pablo sabrían muy bien a qué se refería. Las ciudades antiguas estaban llenas de Templos y santuarios con imágenes de dioses, diosas, Gatos, Chacales, Cocodrilos, Serpientes, Isis, Osiris, Anubis, Mitra y muchas más.
Por consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos; porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.
Aquí, al igual que en el Libro de la Sabiduría, que busca explicar el vínculo entre la idolatría, fuente de todo mal, y el mal que surge de esta fuente, es como consecuencia de haberse involucrado en los cultos idolátricos que luego fueron llevados a inmiscuirse en pasiones que no les hacen honor. Se puede detectar aquí que Pablo está de buena racha, ganándose a sus oyentes, pues interrumpe su propio argumento para hacer una exclamación después de mencionar al Creador:
que es bendito por los siglos. Amén.
Este es el tipo de exclamación donde, si estuviéramos en una Iglesia Pentecostal, esperaríamos que emergiesen voces de entre los oyentes diciendo “Aleluya” o “Gloria a Dios, hermano”. O sea, es parte de una retórica para convencer a la gente que él está de su lado, que pueden contar con él. Y, por supuesto, con un propósito muy deliberado, como en seguida veremos. Pablo continúa:
Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío.
Aquí Pablo pinta exactamente el tipo de actividades que florecían en los templos paganos y sus alrededores por toda la región del Mediterráneo en época de Pablo, como también en la época del autor del Libro de la Sabiduría, el cual entra en bastantes más detalles que Pablo [1]. Entre estas actividades se incluiría las de mujeres vistiéndose como sátiros con grandes “faloi” para que pudiesen ser penetradoras en vez de penetradas en la relación con sus parejas. Fue este tipo de travestir, o cambiar de papel, yendo en contra de lo que yo llamaría “la lógica de la granja”, más bien que el género de la pareja, lo que fue considerado como “contra natura” aquí. Esto dice Clemente de Alejandría al respecto:
Por esta razón son tan infrecuentes los nacimientos entre las hienas, pues siembran su semilla contrariamente a la naturaleza. ….A tales personas sin dios, “Dios los ha entregado” dice el Apóstol “a lujurias vergonzosas. Por esta razón las mujeres cambian su uso natural al que es contrario a la naturaleza. …” Sin embargo la naturaleza no ha permitido que ni siquiera las bestias más sensuales abusen del pasaje hecho para el excremento…Enturbiando el orden natural, los varones toman el papel de las mujeres, y las mujeres toman el papel de los varones, contrariamente a la naturaleza… No se cierra ningún orificio contra las lujurias; y su sexualidad es una institución pública – son compañeros de cuarto con la indulgencia. [2]
No les causará ninguna sorpresa el que tengamos más evidencia aún de las cosas que hacían los varones. Ciertamente hubo cultos, como el de Cibeles, o Atys o Afrodita, cuyo templo más importante se encontraba en Corinto, donde es probable que Pablo haya escrito su Epístola a los Romanos. Se rumoraba que en este Templo había más de mil prostitutos sagrados (de ambos sexos). El culto había sido introducido en Roma poco antes, después de una larga resistencia por las autoridades capitalinas. En este culto el elemento travesti era muy importante. No solamente eso, sino que los ritos incluían frenesíes orgiásticos durante los cuales algunos varones se dejaban penetrar, y que culminaban en el momento en que algunos en el frenesí se castraban, haciéndose así eunucos, y por eso, sacerdotes de Cibeles. Pues en el culto de Cibeles, como en los cultos de las diosas-madre en general, el trascender el género era considerado de especial importancia. Tales devotos castrados, algunas veces conocidos por el nombre “galli”, vivían, como lo hacen los “hijra” en la India moderna, como eunucos festivos, tenidos como dotados de poderes mágicos o dones proféticos. El esqueleto de uno de estos sacerdotes romanos castrados, junto con adornos que mostraban su devoción a Cibeles, fue descubierto recientemente por arqueólogos en el norte de Inglaterra [3].
Para los oyentes de Pablo no habría sido necesaria ninguna explicación sobre este tipo de cosas. Era una parte regularmente ocurrente de la vida pública del mundo mediterráneo de la época. Lo significado por los “galli”, que recibían en sus personas el castigo correspondiente a sus extravíos, tal vez se refiriera a la castración, o tal vez a su rareza general de porte y apariencia. Pero los oyentes de Pablo se habrían dado cuenta perfectamente de lo que él estaba diciendo. Porque, como podría contar cualquier judío que se preciara, era justamente a este tipo de cosas idiotas a las que se dedicaban los gentiles como fruto de su idolatría.
Llegados hasta aquí, por favor noten algo más bien sutil. Pablo se está moviendo desapercibidamente hacia el bajarles los humos a quienes ha estado inflando, antes de darles un pinchazo. Después de la ilustración gráfica de un conjunto de prácticas que eran obviamente paganas, y que permitirían a los oyentes judíos sentirse un “nosotros” bueno por contraste con el “ellos” tonto, a quienes les está describiendo (y las palabras que utiliza Pablo expresan respeto a la pureza y a la vergüenza, más bien que a la moral y el mal, y por esta razón estoy utilizando palabras como “tontos” e “idiotas” más bien que “malos” o “inicuos”), después de esto, digo, Pablo continúa hablando de un “ellos”, y comienza con una lista de cosas bastante más serias: actitudes profundas del corazón. Y, por supuesto, seguía teniendo cautivados a sus oyentes:
Así como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran las cosas que no convienen; estando llenos de toda injusticia, maldad, avaricia y malicia; colmados de envidia, homicidios, pleitos, engaños y malignidad;
Pueden imaginar que aún estamos en un ambiente donde los oyentes podrían expresar en voz alta: “¡Gloria a Dios, hermano!” Era todavía el tipo de cosas a las que estaban acostumbrados. Pero Pablo sigue arrasando, avanzando desde estas actitudes profundas del corazón de las que está lleno el “ellos” tonto, hacia lo que uno podría llamar una lista de formas de iniquidades bastante más banales, domésticas, comunes y corrientes:
son chismosos, detractores, aborrecedores de Dios, insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores de lo malo, desobedientes a los padres, sin entendimiento, indignos de confianza, sin amor, despiadados;
Aquí estamos pisando terreno peligroso… ¿Ya se habrán percatado los oyentes de que esta lista, donde no hay una sola referencia a cosas sexuales, les es bastante familiar? De modo que Pablo da un último toque a la trompeta tradicional contra los paganos:
Los cuales, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican.
Podemos ver muy bien por qué los que dividieron los capítulos cortaron aquí el argumento. Suena como al final de un aliento. Y lo es. Es el final de una respiración, pero no el final del argumento, porque el timo está por darse, y sin el timo, el argumento quedaría inconcluso:
Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas.
Ahora pueden ustedes ver el efecto de esta frase sobre el argumento que la precede. El efecto es bastante semejante a lo que habría ocurrido de haber dicho Pablo “Todos sabemos que los gentiles hacen cosas idiotas, se inmiscuyen en ritos raros y frenesíes, y, adivinen a qué consecuencias terribles les lleva todo esto: se hacen… ¡chismosos! ¡Desobedientes con sus papás! ¡Sin entendimiento! … ¡qué diferentes pues, de nuestra gente!.. Luego hace una pausa para permitir que irrumpan las primeras risitas de auto-conocimiento.
Por supuesto, esta estratagema retórica para inflar a sus oyentes antes de darles un pinchazo, no funcionaría para nada si el propósito de Pablo fuese el de insistir que sus oyentes practican las mismas cosas que los gentiles – es decir, los cultos raros, y los ritos de frenesí sexual conducentes a la castración. Su propósito no es el denunciar que sus oyentes hagan estas cosas, sino el insistir en que, aunque no las hagan, y ni sueñen siquiera en hacerlas, comparten exactamente el mismo marco de deseo y la iniquidad ordinaria y banal que fluye a partir de aquel marco, o sea, lo verdaderamente serio. Esto, lo tienen en común con los gentiles que, de hecho, sí hacen aquellas cosas tontas.
Pablo confirma lo que estaba haciendo durante todo este pasaje al pasar aquí de un “ellos” a un “nosotros”, y su uso del “nosotros” es muy revelador:
Y sabemos que el juicio de Dios justamente cae sobre los que practican tales cosas.
Pareciera que Pablo está repitiendo la acusación contra los paganos – la de que “conocen el decreto de Dios y aún así hace estas cosas”. Pero su repetición del cargo, en la forma que se refiere a “nosotros” suena más bien a lo siguiente: “Sin entrar en la cuestión de si ellosconocen o no el juicio de Dios, nosotros ciertamente sí lo conocemos.” Luego prosigue para apostrofar a un “tú” – un tú no solamente judío, ni cristiano, sino el “tú” humano que es cualquiera de nosotros.
¿Y piensas esto, oh hombre, tú que condenas a los que practican tales cosas y haces lo mismo, que escaparás al juicio de Dios? ¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento? Mas por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios,…
De aquí en adelante Pablo desarrollará su comprensión de cómo el problema humano es fundamentalmente un problema de deseo, y la salvación que nos viene por Cristo opera a nivel de un cambio en el funcionamiento del deseo. Ni siquiera la Ley, que es de por sí algo bueno, pudo alcanzar este funcionamiento del deseo. Fue este análisis el que le llevó a elucidar lo que otra generación, siguiendo a san Agustín, llamaría “La doctrina del Pecado Original”. En su integridad el propósito de esta doctrina es mantener vivo el sentido de que todos los humanos, a partir del comienzo mismo de la humanidad, sufrimos de lo que es esencialmente la misma forma de deseo distorsionado. El resultado de esto es que ninguno de nosotros está bien ubicado para juzgar a los demás, puesto que, a diferencia de Dios, ninguno de nosotros es libre de tener un juicio distorsionado por su propia forma de pertenencia social. Esto está absolutamente de acuerdo con las enseñanzas de Jesús en el Evangelio: si los fariseos no pueden juzgar a las prostitutas, entonces lo judíos no pueden juzgar a los gentiles y, viceversa, naturalmente.
Bueno. Espero que ahora puedan ustedes vislumbrar otra lectura “auto- evidente” de Romanos 1. A partir del momento en que nos dimos cuenta de que la introducción de números para los capítulos y versículos fue discrecional, y de que es posible ver que todo el flujo del argumento corre hacia el pinchazo central, plantado en el seno de la manera de formar agrupaciones sociales por contraste con otros, en ese momento llegó a ser posible escuchar la voz de Pablo de una manera diferente. Lo que llamo yo el Pablo “batético” (del griego βαθος) a diferencia del Pablo “portentoso”. Un Pablo ingenioso, rabínico, de retórica afilada, y no un Pablo unívoco, autoritario, totalmente desprovisto de ironía. Su argumento funciona muy bien llevando a sus oyentes hacia un timo, y luego les ofrece el golpe de gracia. Si esto lo quieren comprobar por ustedes mismos, lo cual es, a fin de cuentas, la mejor manera de hacerlo, entonces hagan el intento de leer para sí mismos, o para algunos amigos, en voz alta y en tono de Ayatolá, la versión que he puesto a su disposición como el Apéndice II, la versión del texto sin números. Funciona muy bien hasta que uno llega al final del primer capítulo. Pero si intentamos leer en el mismo tono el capítulo 2 versículo 1, ya no tiene sentido. Si continuamos leyendo con el tono de un Ayatolá, tenemos que detenernos al final del capítulo 1 y esperar para seguir adelante en el próximo capítulo. Sin embargo, si leemos con el tono de un Pablo rabino, podemos pasar sin sobresaltos del primer capítulo al segundo, y en el camino darnos cuenta de la gran sutileza de su estilo persuasivo.
Pues bien, he aquí una lectura católica de Romanos 1. Lo único externo que he aportado al texto es el conocimiento de los cultos extáticos del mundo antiguo. Esto ayuda a restringir cualquier tendencia hacia una actualización no caritativa del texto, de la misma manera que lo hace el limitar la referencia de ‘οι ’Ιουδαιοι en el evangelio de Juan a las autoridades judías locales en la Palestina del primer siglo. La lectura moderna y “auto-evidente” del texto también aporta algo externo: una comprensión de la “homosexualidad” como algo que fue la intención de Pablo condenar, a pesar de la evidencia de que la categoría moderna fue desconocida en el mundo antiguo. La lectura “auto-evidente” moderna utiliza por tanto este texto como arma religiosa y política contra un grupo moderno de personas. Espero que esté siendo más obediencia a la Pontificia Comisión Bíblica al preferir la interpretación antigua y limitada.
Una de las cosas que espero queden aclaradas es la siguiente: Aunque se pudiera demostrar (cosa que no me parece posible) que es obligatorio leer, en lo que conocemos como Romanos 1, 26b-27, una referencia directa de san Pablo a las lesbianas y a los varones gay, aún en este caso, el único uso que nunca se podría hacer de la referencia, sin causar una violencia muy seria al texto, es un uso que legitimase cualesquiera maneras de juzgar a tales personas. Su presencia en el texto sería como ilustración para un argumento del tipo: “Sí, sí, sabemos que existen tales personas que hacen ese tipo de cosas tontas, pero esto es completamente irrelevante al lado del hecho muy significativo de que estas cosas son sencillamente diferentes síntomas de una profunda distorsión del deseo, distorsión que es idéntica en usted como en ellos, y es a usted a quien quiero llegar; de modo que no los juzgue, por favor”.
Si quieren saber lo que quiero decir, entonces, hagan esta prueba: supongamos que los predicadores judíos del mundo antiguo se hubiesen convencido de que una de las cosas a las cuales conducía la idolatría era la práctica muy extendida de los deportes de alto riesgo. Imaginemos, por consiguiente, que hubiesen prohibido estas prácticas. Ahora, substituyan las palabras “rappel” y “parapente” en lugar de lo que a veces se ha leído como “lesbianismo” y “sexo gay entre varones”.
porque sus mujeres se dedicaron a hacer rappel, y de la misma manera también los hombres, abandonando los métodos naturales de transporte se dedicaron al parapente, cometiendo hechos vergonzosos al imitar a los pájaros, y muchas veces, debido a corrientes ascendentes inesperadas, recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío.
¿Pueden imaginar qué tan fácilmente el mundo Cristiano habría abandonado la supuesta prohibición antigua que pesaba sobre estas actividades, que son, dígase de paso, evidentemente descabelladas? Se habría abandonado la prohibición al señalar que un argumento que refiere tangencialmente al rappel o al parapente como parte de la construcción de un argumento cuya conclusión es la ilicitud de juzgar a quienquiera, no se puede utilizar legítimamente para juzgar a los que se dedican al rappel o al parapente. La única referencia al rappel en la Sagrada Escritura se interpretaría, muy apropiadamente, como teniendo un peso moral cero.
Es mi opinión que el primer capítulo de Romanos no tiene sencillamente nada que ver con lo que nosotros llamamos homosexualidad. Espero haber mostrado que es perfectamente posible leerlo de manera que se respete la integridad del texto, se muestre aprecio por san Pablo y se esté de acuerdo con él, y también mostrar cómo su argumento es un paso importante hacia la formulación de una doctrina importante de la Iglesia sin decir, explícita o implícitamente, cualquier cosa a favor de la llamada “homosexualidad” o en su contra. No pretendo que esta lectura que les he dado sea la lectura auténtica de san Pablo, que exactamente esto, ni más ni menos, sea precisamente lo que él quiso decir. No creo que exista una cosa tal como la lectura auténtica del texto. Creo que existen lecturas mejores y peores del texto, y más importante, que existen maneras más católicas y maneras menos católicas de leer el texto, porque el leer el texto dentro de la Iglesia es un ejercicio infinitamente creativo de darle gloria a Dios y de crear significados impregnados de misericordia para nuestros hermanos y hermanas en la medida en la que llegamos a ser poseídos por el Espíritu que nos es insuflado por el Señor crucificado y resucitado.
Y esto nos lleva a mi última observación en esta charla, que es la razón por la que creo que verdaderamente vale la pena emprender este ejercicio de una lectura católica en la actualidad. Durante demasiado tiempo hemos sido hechizados por lo que me atrevería a llamar una lectura coránica de la Sagrada Escritura. Es por lo menos coherente que un musulmán reivindique que el Corán fuera dictado por Dios a Mahoma y por esto que el propio Corán hay que leerlo como dictado por una autoridad de lo alto. El texto se hace una especie de cuerpo intermediario entre Dios y el lector de tal forma que los fieles quedan atrapados bajo las palabras fijas del texto, que se imaginan que están “sencillamente allí”, inspiradas por Dios, y que, por tanto, absuelven al lector de que asuma una responsabilidad por la lectura que él o ella aporte. Sin embargo, no es coherente que un católico lea la Sagrada Escritura de esta forma. La Iglesia Católica, heredera de una tradición extraordinariamente rica de creativas lecturas textuales judías, lee las Escrituras en forma Eucarística, pues para nosotros la fuente principal de la autoridad no está en el propio texto sino en la víctima crucificada y resucitada, viva en nuestro medio, que es el principio hermenéutico viviente que nos enseña cómo desatar nuestras maneras violentas e inicuas de relacionarnos los unos con los otros, y cómo entrar juntos por el camino de la penitencia y la paz. Para nosotros el término “la Palabra de Dios” se refiere en el primer lugar a una persona viviente, y solamente por analogía, a los textos que portan testimonio de él. La presencia hermenéutica viva es mucho más importante que lo que está interpretando. Esto es lo que significa lo que dijo Jesús al comentarles a los fariseos en el Evangelio de Mateo :
Mas id, y aprended lo que significa: "misericordia quiero y no sacrificio"; porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores./p>
Y:
Pero si hubierais sabido lo que esto significa: "misericordia quiero y no sacrificio", no hubierais condenado a los inocentes.
Ahora tienen allí una instrucción con respecto a la lectura católica de la Sagrada Escritura, emanada de una autoridad más importante aún que la Pontificia Comisión Bíblica. Me da una gran alegría reconocer que el trecho del documento de la Comisión que les leí al comienzo de la charla está totalmente de acuerdo con ella.
Ya es hora de que aprendiésemos a leer las palabras de nuestro hermano Pablo, alguien que nos escribió no desde arriba, sino desde el mismo nivel fraternal de nosotros, en forma eucarística. Imaginémosle con nosotros en la reunión eucarística, dando testimonio del efecto del Crucificado y Resucitado en todas nuestras vidas. Y aprendamos que sus palabras lleguen hasta nosotros interpretadas por los ojos del Señor en el centro de nuestra reunión, los ojos de Alguien que tanto nos quiso y que quiso estar con nosotros, que se entregó por nosotros para que fuésemos capaces de crear, con él, y en gran libertad, un mundo lleno de misericordia donde no haya ningún “ellos”. Un mundo donde nos podamos mirar, unos a otros, con el corazón sin turbaciones del tipo “Pero la Biblia dice…”, y con los ojos limpios, sin mancha alguna de cualquier forma de fatalismo sacralizado.
[1] Véase Sabiduría 14, 23-28. Independientemente de las fuentes judías, existen abundantes evidencias tanto de las prácticas en el mundo antiguo alrededor de los cultos de diversas divinidades (Cibeles, Mitra y así por delante) como de su popularidad. Para una recopilación especialmente útil e interesante de la evidencia, véase el artículo de Jeramy Townsley (en inglés) Romans 1:22-28: Paul, the Goddess Religions and Homosexuality. volver
[2] Clemente: El Pedagogo 2.10.86-87, 3.3.21.3 Sin acceso a un texto griego o a una autorizada traducción al castellano, he vertido al castellano la traducción al inglés de Jeramy Townsley (cit.supra).volver
[3] Las noticias de la BBC del martes 21 de mayo de 2002: “Arqueólogos en el norte de Yorkshire descubrieron el esqueleto de un eunuco travestido cuya antigüedad remonta al siglo IV AD. Se realizó el hallazgo durante las excavaciones de un campamento romano en Catterick, obra que comenzó en 1958. El esqueleto, encontrado con vestimenta y joyas de mujer, era, se estima, de un sacerdote castrado que adoraba la diosa oriental Cibeles. Los arqueólogos dicen que es el único ejemplar encontrado en un cementerio del imperio romano tardío en Gran Bretaña.” volver
Le debo un enorme agradecimiento al R.P. Oscar Mayorga Dardón OP de Oaxaca, México por su espléndida ayuda al corregir y pulir mi traducción al castellano de este texto durante los meses de junio y julio de 2004.
El cambio de comprensión que este artículo busca exponer se gestó durante un largo tiempo y quisiera mostrar mi agradecimiento muy especial por la ayuda y las luces que he recibido de los escritos del Revdo. Tomás Hanks de Buenos Aires y del Dr Ralph Blair de Nueva Cork como también de una charla ofrecida por el Revdo. Tony Campolo en Greenbelt en 2001, del sitio web de George Hopper www.reluctantjourney.co.uk; de algunos comentarios del Dr Andrew Goddard de Wycliffe Hall, Oxford; del trabajo de Jeramy Townsley de GTU, Berkeley (véase nota al pie de página no 4); y del libro del Dr Daniel Helminiak Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad (Barcelona: Egales 2003). Por supuesto mi agradecimiento para con ellos no trae como implicación su acuerdo con lo que digo en este artículo.
Apéndice I
Sabiduría 12: 23-13:10 y 14:9-31 (Biblia de Jerusalén)
12:23 Por tanto, también a los que inicuamente habían vivido una vida insensata les atormentaste con sus mismas abominaciones. 24 Demasiado, en verdad, se habían desviado por los caminos del error, teniendo por dioses a los más viles y despreciables, animales, dejándose engañar como pequeñuelos inconscientes. 25 Por eso, como a niños sin seso, les enviaste una irrisión de castigo. 26 Pero los que con una reprimenda irrisoria no se enmendaron, iban a experimentar un castigo digno de Dios. 27 A la vista de los seres que les atormentaban y les indignaban, de aquellos seres que tenían por dioses y eran ahora su castigo, abrieron los ojos y reconocieron por el Dios verdadero a aquel que antes se negaban a conocer. Por lo cual el supremo castigo descargó sobre ellos.
13:1 Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; 2 sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo.3 Que si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza quien los creó. 4 Y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo; 5 pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor. 6 Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar. 7 Como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a los ojos! 8 Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables; 9 pues si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para indagar el mundo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor? 10 Desgraciados, en cambio, y con la esperanza puesta en seres sin vida, los que llamaron dioses a obras hechas por mano de hombre, al oro, a la plata, trabajados con arte, a representaciones de animales o a una piedra inútil, esculpida por mano antigua.
14:9 y Dios igualmente aborrece al impío y su impiedad; 10 ambos, obra y artífice, serán igualmente castigados. 11 Por eso también habrá una visita para los ídolos de las naciones, porque son una abominación entre las criaturas de Dios, un escándalo para las almas de los hombres, un lazo para los pies de los insensatos. 12 La invención de los ídolos fue el principio de la fornicación; su descubrimiento, la corrupción de la vida. 13 No los hubo al principio ni siempre existirán; 14 por la vanidad de los hombres entraron en el mundo y, por eso, está decidido su rápido fin. 15 Un padre atribulado por un luto prematuro encarga una imagen del hijo malogrado; al hombre muerto de ayer, hoy como un dios le venera y transmite a los suyos misterios y ritos. 16 Luego, la impía costumbre, afianzada con el tiempo, se acata como ley. 17 También por decretos de los soberanos recibían culto las estatuas. Unos hombres que, por vivir apartados, no les podían honrar en persona, representaron su lejana figura encargando una imagen, reflejo del rey venerado; así lisonjearían con su celo al ausente como si presente se hallara. 18 A extender este culto contribuyó la ambición del artista y arrastró incluso a quienes nada del rey sabían; 19 pues deseoso, sin duda, de complacer al soberano, alteró con su arte la semejanza para que saliese más bella, 20 y la muchedumbre seducida por el encanto de la obra, al que poco antes como hombre honraba, le consideró ya objeto de adoración. 21 De aquí provino la asechanza que se le tendió a la vida: que, víctimas de la desgracia o del poder de los soberanos, dieron los hombres a piedras y leños el Nombre incomunicable. 22 Luego, no bastó con errar en el conocimiento de Dios; viviendo además la guerra que esta ignorancia les mueve, ellos a tan graves males les dan el nombre de paz. 23 Con sus ritos infanticidas, sus misterios secretos, sus delirantes orgías de costumbres extravagantes, 24 ni sus vidas ni sus matrimonios conservan ya puros. Uno elimina a otro a traición o le aflige dándole bastardos; 25 por doquiera, en confusión, sangre y muerte, robo y fraude, corrupción, deslealtad, agitación, perjurio, 26 trastorno del bien, olvido de la gratitud, inmundicia en las almas, inversión en los sexos, matrimonios libres, adulterios, libertinaje. 27 Que es culto de los ídolos sin nombre principio, causa y término de todos los males. 28 Porque o se divierten alocadamente, o manifiestan oráculos falsos, o viven una vida de injusticia, o con toda facilidad perjuran: 29 como los ídolos en que confían no tienen vida, no esperan que del perjurio se les siga algún mal. 30 Una justa sanción les alcanzará, sin embargo, por doble motivo: por formarse de Dios una idea falsa al darse a los ídolos y por jurar injustamente contra la verdad con desprecio de toda santidad. 31 Que no es el poder de aquellos en cuyo nombre juran; es la sanción que merece todo el que peca, la que persigue siempre la transgresión de los inicuos.
Apéndice II
Romanos 1:14 – 2: 5 (La Biblia de Las Américas, pero sin números de capítulo y versículo)
…Tengo obligación tanto para con los griegos como para con los bárbaros, para con los sabios como para con los ignorantes. Así que, por mi parte, ansioso estoy de anunciar el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad; porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos; porque cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío. Y así como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran las cosas que no convienen; estando llenos de toda injusticia, maldad, avaricia y malicia; colmados de envidia, homicidios, pleitos, engaños y malignidad; son chismosos, detractores, aborrecedores de Dios, insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores de lo malo, desobedientes a los padres, sin entendimiento, indignos de confianza, sin amor, despiadados; los cuales, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican. Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas. Y sabemos que el juicio de Dios justamente cae sobre los que practican tales cosas. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que condenas a los que practican tales cosas y haces lo mismo, que escaparás al juicio de Dios? ¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento? Mas por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios…

James Alinson. Theology

martes, 17 de junio de 2014

Amor entre varones.


Cuando dos varones hacemos el amor encontramos lo diferente en lo mismo. Mejor dicho: si somos sutiles podemos ver que lo mismo es diferente. Lo mismo y lo diferente a la vez. Hacer el amor con los muchachos es no someterse a un fragmento de deseo: lo quiero todo. Bruce Willis, no como aparece en ese relevo del catecismo que son las películas de amor, sino en la cama con Mel Gibson; Matt Damon con Ben Affleck; Brad Pitt con Edward Norton: fantasías eróticas de un hombre que gusta de hombres, pero también una buena imagen sensible de lo que es amor viril. Tetillas, pelos, muslos y olores masculinos se entremezclan en una especie de lucha tierna o de feroz afecto: hay una fuerza en esas relaciones que ningún teleteatro logrará sacar a la luz.
Dos hombres se miran. Los juegos de la mirada erótica masculina son ya una sexualidad por otros medios. Mirar al otro a los ojos. Mirarle ahí y subir los ojos para que el otro vea mi sonrisa y me sonría contento porque festejo su virilidad. Mirar que me miran. A veces se cuela una mujer en los juegos masculinos de la mirada: es verano y estoy en la puerta de Alto Palermo; miro a un chico hermoso, musculosa y bermudas, que mira a una chica; veo a esa mujer porque dirijo mis ojos hacia donde mira él. El círculo se cierra –muchas veces se cierra–: ella me mira y hace que él dirija su mirada hacia mí. El me sonríe, pícaro; ella sigue su camino: no vio nada.
Cuando hago el amor con otro varón no me olvido de mí; siento más intensamente mi cuerpo. Un cuerpo que tiembla desde la cabeza a los pies; que goza en cada una de sus células. El caleidoscopio de sensaciones que puede experimentar un cuerpo cuando la recorre una lengua experta es casi infinito. Igualmente poderoso es el arcoíris complementario: esas sensaciones inéditas que se sienten como martillos en el cerebro cuando la lengua propia es la que estimula el cuerpo del otro para que estalle ese caleidoscopio.
Vivir el sexo como una fatalidad, como un mandato (al que se cumple o se escapa): eso es el cristianismo. Vivir el sexo como una posibilidad creadora: ahí está el artista. No se trata de ninguna “liberación”, sino de inventar placeres nuevos.
El deseo se manifiesta en los intersticios: me seduce la piel que brilla entre los bordes de la camisa abierta. Esos caprichos de la piel que sólo tienen sentido para mí. El cuerpo se ilumina en sus rincones secretos. La piel es lo más profundo que tenemos. Es una superficie maravillosa que es diferente en cada hombre. Alberto, un pelirrojo de mejillas coloradas, tiene una piel tan suave que podría protagonizar un aviso de talco para niños. Oscar tiene poros tan profundos y tan marcados, especialmente en la espalda, que parece una pieza de cerámica, de esas que hacen en los talleres que abundan en Barrio Norte. Jorge huele a lluvia con sudor suave. El todo termina reduciéndose a un fragmento, el que no se diluye en el olvido final. El fragmento que siempre fue lo esencial: el que brillaba.
Desde la noche de los tiempos hasta el siglo IV de nuestra era, en las culturas que conforman lo que llamamos Occidente no se conoció otro arte de la galantería que no fuese entre varones. Toda la creatividad sentimental y erótica –incluso sexual, pero no predominantemente sexual– estaba puesta al servicio de la seducción de otro varón, por lo general más joven. No había rito de iniciación viril que no implicase relaciones sexuales y sentimentales entre el iniciado y el iniciador: ambos varones. La bibliografía académica es tan abundante como poco difundida. Los libros de divulgación histórica por lo general se autocensuran. Hay manuales que desmienten lo que afirman las mismas investigaciones en las que se basan: que en la mayoría de los pueblos indoeuropeos fuesen populares las relaciones sexuales entre los varones. Según los manuales, lo que cuentan los textos originales fue mal leído; apenas si se trataba de “ritos2 o “simulacros”.
Las traducciones de los textos griegos clásicos –incluso muchas de las más “confiables” realizadas hace pocos años, ni hablar de las que circulaban en Oxford en la época victoriana– suelen escamotear lo que, con un eufemismo de mal gusto, llaman “el amor griego”. No alcanza con condenar el amor entre varones; hay que negarlo, volverlo invisible. La operación no es inocente: la sexualidad entre varones de los últimos mil quinientos años tuvo que organizarse en torno de esa violencia.
Querelle, la película póstuma de Fassbinder, la película basada en una de las novelas de Jean Genet, es el poema del amor viril. Un mundo de varones, sin mujeres. Mejor aún, una sola mujer, Jeanne Moreau, la dueña de ese prostíbulo sin clientes, está allí para representar la única mujer posible en un mundo varonil. Tiene algo de madre vencida, de esposa traicionada, de vieja bruja, de prostituta descartada, casi virginal. Ella parece entender: canta monótona y reiteradamente los primeros versos de La balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde. “Uno siempre mata lo que ama. . . el cobarde con un beso, el valiente con su espada.”
Oler el cuerpo de un hombre. No hay perfume que me resulte más exquisito que el del cuerpo amado unas seis horas después del baño un día templado de otoño. Pero nunca hay un mismo día templado de otoño ni un mismo amado: porque hasta el “mismo amado” cambia de otoño a otoño. Y el mismo otoño tiene el color de nuestro capricho.
Descubrir las imperfecciones es desear la humanización de los cuerpos. Uno de los momentos más intensos cuando hago el amor con otro varón es el segundo en el que se produce la caída en la carne, la expulsión del Paraíso: en ese instante, nadie –ni los dioses del gym ni los muchachos que un dios amoroso nos envía para que pueblen nuestros más dulces sueños– puede ocultar sus pequeñas miserias (por ejemplo, esos granitos en las nalgas). Esa imperfección los completa, los mejora.
En el catecismo de la barrita de la esquina el erotismo está reducido a la sexualidad y la sexualidad se resume en los órganos genitales. La mojigata cruzada liberalizadora de los 60 apenas si aceptó los llamados juegos sexuales –caricias masturbatorias, besos en zonas menos santas que los labios de la boca– como una forma de “prólogo” para lo que seguía pareciendo verdaderamente importante: la penetración. Y, sin embargo, aquí estoy yo sintiendo que el erotismo pone en juego todo mi cuerpo. Ya desde mi primera eyaculación descubrí que no hay órganos genitales ni zonas erógenas claramente delimitadas: todo mi cuerpo es erógeno con concentraciones azarosas de energía erótica.
Los romanos creían que aquellos que eran penetrados o que practicaban el sexo oral a otra persona no gozaban. Era la idea de ponerse al servicio del placer del otro la que desvalorizaba esas prácticas. Por lo tanto, era socialmente reprobable que alguien que era poderoso se “rebajase” en sus encuentros sexuales. Era mal visto el varón adulto, libre y rico que se hacía penetrar por uno más joven o de menor status social. Pero nadie censuraba (era absolutamente normal en términos romanos) que la situación fuese la inversa: que el más poderoso “gozase” al más débil.
Por eso, para los varones romanos no había costumbre sexual más reprobable que el practicarle sexo oral a una mujer. Si había testigos de que un noble o un hombre rico habían cometido semejante acto, se solía llevarlo al tribunal y este lo declaraba incapaz de manejar sus bienes. Un varón que se “rebajaba” a semejante cosa ya había “perdido el juicio” antes de ir a juicio.
Un flash: mi primera visita a un sauna gay, en Río de Janeiro. Unos cien hombres que vagan por pasillos, cámaras oscuras, salones “de descanso”. Hay decenas de hombres que entran y salen de la sala de vapor, del sauna seco, que nadan desnudos en la pileta enorme: todo es masculino hasta el límite de lo grotesco. Parece una historieta de Tom de Finlandia: un mundo sin mujeres, sin un solo gesto femenino. No es un espacio cristiano: los hombres no están en el sauna para reproducir nada (ni gente ni relaciones sociales ni ideología), sino para producir, para crear nuevas formas de encuentro, nuevas relaciones. Es un espacio pagano: los convoca el placer, la alegría de estar vivos. En el sauna –a primera vista, una especie de paraíso del sexo– surge la posibilidad de desexualizar el placer. Por saturación, por experimentación, por potencia creativa, el placer deja de ser nada más que sexual. Un flash.
Nunca supe lo que era la proclamada pérdida del sentido que ensalzaron los románticos. No sé qué puede ser un desmayo amoroso, no padecí ningún olvido del ser ni alcancé el nirvana o cualquier sucedáneo místico a través del sexo. Siempre gozar con otro, gozar haciendo gozar a otro fue, para mí, una extrema conciencia de los cuerpos: del mío, pero por sobre todo del otro. Hacer el amor es, para mí, una forma irreemplazable de conocimiento. Si hay un desmayo es el de las convenciones, de aquello que creía saber antes de hacer el amor. Lo que descubro ahí no lo puedo aprender de ninguna otra forma.
Una de las operaciones más exitosas en la constitución del horror fascinado por el amor viril es la identificación de este amor con los rasgos más caricaturescos del afeminamiento. Me acosté con varones que temían, cuando eran niños, convertirse en la loca del barrio. Todos nosotros creímos, cuando descubríamos el secreto, que nuestros días futuros estaban condenados a pasar desfilando por la avenida con ese aire lánguido, esos ojos desorbitados y esos labios fruncidos que sólo saben ofrecer las más jugadas de las viejas locas de barrio. Esas locas que sólo salen tocadas con una capelina verde manzana y que para los pañuelos de seda que se ponen en el cuello no conocen otro color que no sea el rosa Dior.
Entre los hombres con los que tuve sexo, no hay ninguno que no sea macho: me interesan los hombres viriles. En los lugares en los que el sexo florece: ahí sólo varones. Me he acostado con tantos maridos que llegué a sospechar que el matrimonio cristiano es una especie de test obligatorio para habilitar el sexo entre varones. Recuerdo a un tipo que me levanté un domingo de octubre a la mañana. Era dulce y zafado a la vez: hacía el amor con desesperación. Estábamos fumando en la cama cuando sonaron las campanas de una iglesia cercana: era mediodía. Lo invité a almorzar a un restaurante cercano al que iba a menudo. “Lo lamento”, me dijo, “me tengo que ir ya; debo comer con mi familia; hoy mi mujer festeja su primer Día de la Madre: en abril tuvimos una nena hermosa.”
Desde niño supe que me atraía exclusivamente la virilidad: los rituales de la construcción del macho, ese travestismo invisible. No me atraen las locas explícitas, ni nada que se parezca, aunque sea muy levemente, a una mujer. Por eso no me gustan los varones melindrosos que ocupan posiciones socialmente altas. No soporto a los diplomáticos ni a los eclesiásticos. Son demasiado femeninos para mí.
Todos los niños teníamos terror de convertirnos en la loca del barrio, pero eso no nos privaba de nuestros juegos eróticos, de esa sexualidad desenfrenada que sólo se puede tener de niño o de adolescente: nunca me fue más fácil relacionarme sexualmente con varones que en los últimos años del primario y durante todo el secundario. La infancia porteña de hace 30 o 40 años era espléndida: los niños jugábamos en la calle averiguando qué maravillas nos esperaban. Las descubríamos sin maestro. Los barrios de Buenos Aires son aún un paraíso de bolsillo para los jóvenes que se acuestan con sus amigos. “Es la ciudad más homosexual de Occidente” (me lo dijo por primera vez un carioca insaciable y me lo confirmaron neoyorquinos expertos y romanos que estaban de vuelta de todo). Buenos Aires, la ciudad que tiene un obelisco como metáfora.
¿Quién es gay? Casi nadie, si uno da crédito a las revistas dominicales o a la imagen que tienen de ellos mismos los que se acuestan con varones. En las encuestas sobre sexualidad sólo dicen pertenecer a las categorías socialmente rechazadas los más valientes de los militantes sexuales: darle crédito a una encuesta sobre homosexualidad es enterarse de cuántos militantes hay, no de cuántos hombres se acuestan con hombres. ¿Qué muchacho “decente” le confesaría a una encuestadora que acaba de masturbar a un desconocido en la ducha del gimnasio? Hacer el amor entre varones incluye el no contárselo a cualquiera: el silencio es parte del erotismo. La inversa del machismo: esa sexualidad en la que acostarse con una mujer es la excusa para tener algo que contar (aun­que nunca contarlo tal como fue).
Eran nuestras primeras eyaculaciones y todos los chicos del barrio no nos queríamos perder las primicias. Casi todos los días nos reuníamos varios –nunca menos de tres o cuatro, a veces éramos unos 10– a masturbarnos juntos. Así fuimos descubriendo caricias, penetraciones y demás combinaciones que fueron mi dote para el resto de la vida. Había algunas normas: entre chicos no había que besarse, eso era mariconería. Pero, quizá porque la prohibido está para ser violado, más de uno terminaba besándose. Paradójicamente, yo, la más loca cuando niño, la que estaba destinada a la capelina y los escupitajos, yo era el más remiso a los besos. Sin embargo, me era casi imposible negarme: el jefe de nuestra banda no podía besar otros labios que los míos. El círculo siempre fatalmente se cierra: él y yo entendíamos todo.
“En este país, para ser homosexual hay que tener pelotas”, decía una pintada militante de los primeros meses de la democracia. Un ocurrente de barrio había agregado: “Y culo”. Las pelotas y el culo: ahí se resume todo el imaginario que gira en torno del amor de los muchachos. Para mucha gente, de lo que se trata cuando dos hombres hacen el amor, es de ponerla. El sexo entre varones es visto como una agresión.
A partir del siglo XIII, que es el momento en el que el cristianismo condenó las relaciones sexuales entre varones como el pecado más abyecto –hasta ese momento el peor pecado sexual radicaba en el adulterio–, mantener este tipo de relación se convirtió en algo extremadamente peligroso: se podía terminar en la hoguera por una simple denuncia. Aunque a primera vista parezca paradójico, esta represión acentuó el carácter sexual del amor entre varones. Como en cada encuentro uno se jugaba la vida, la circulación erótica se hizo extremadamente eficaz, no era cuestión de convertirse en sospechoso. Reconocer con un solo golpe de vista el deseo del otro e inmediatamente consumar el acto sexual de la manera más rápida y segura posible. Esa fue la forma en que pudo sobrevivir el amor a los muchachos en un mundo atroz: el mundo en el que reinaba la Inquisición y en el que la miseria y las pestes diezmaban a los que escapaban de la furia eclesiástica.
Pero no había paradoja: la sexualización de la vida es la operación más exitosa que ha llevado adelante la cultura cristiana contra la alegría de vivir. A través del sexo nos convertimos en esclavos. La sexualización absoluta de las relaciones eróticas entre varones fue admitida porque constituyó, mediante un proceso que llevó siglos, a los homosexuales, ese grupo capaz de cargar sobre sí todos los estigmas del mal.
Acaba de morir el generalísimo Franco y mi amigo Moreira está viviendo en España. Llega una de las tantas argentinas exiliadas y él la hace pasar por su mujer para que la acepten en el edificio en el que vive. Una noche, ella llega acompañada de un galán que ha conocido en un tablao: los dos están encendidos por el deseo. El alcohol aumenta la pasión. Llegan al pequeñísimo departamento en el que ella vive con Moreira y descubren que él llegó antes con su chico y está en plena fiesta: no pueden entrar. Tampoco pueden esperar: la amiga argentina y el amigo del tablao se aman en la escalera. Los gritos y susurros despiertan al portero aún franquista. Escandalizado y admonitorio, el portero la amenaza con denunciarla ante su “marido”. Ella ríe y sigue gozando. El portero franquista lo va a ver a Moreira, que le abre molesto por la nueva interrupción. “Lamento decirle –dice el portero– que su mujer está en la escalera con otro hombre.” Algo le parece raro al portero: Moreira está desnudo, en la cama hay un chaval desnudo. Moreira le responde: “Ella es libre de hacer lo que quiera” y cierra la puerta. El portero descubrió esa noche que hay algo peor para un franquista que la infidelidad conyugal: el amor a los muchachos. Moreira –una escena de Almodóvar, pero en la realidad– es parte de los argentinos que ayudaron a modernizar España a través del amor.
Vemos un programa de TV. Aparece una travesti española muy famosa. Mi acompañante es un estudiante del interior que cursa Comercio Internacional en la UADE. Me dice que esa “mujer” es su tipo. Cuando le digo que es una travesti casi se desmaya. Se siente estafado. Dice: “Deberían matar a todos los putos” (no se caracteriza por la originalidad). Le pregunto si me mataría (él ya sabía). “Quizás exagero, estoy muy tenso”, agrega. Le hago un masaje, la vieja treta. Es tan lindo que duele mirarlo: se parece a la felicidad. Esa noche entendió por qué no había que matar a los putos. Nadie debería ser educado para escupirse a sí mismo.
Niños de la calle: un estilo de afecto viril. Pasolini es el poeta del amor a los muchachos de la calle, no tanto por su juventud como por su origen marginal, rayano en la delincuencia. Ese amor por un tipo de hombre que ya no existía lo llevó a irse cada vez más lejos del centro cultural europeo. Primero fueron los yires debajo de los puentes de Roma, la sexualidad neorrealista. Después se trasladó a los suburbios fabriles, a esos descampados en los que, entre las montañas de basura, encontraba ladronzuelos ocasionales, jóvenes eternamente desocupados que estaban más interesados en lo que se iban a comprar con las monedas que le sacaban que en ese poeta friulano del que no sabían nada más que era un cliente, un “punto”. Pero que cuando reían iluminaban el mundo. Más tarde fue a los países pobres a buscar una pureza que no es de este mundo. Pasolini es el poeta de la intensidad: su obra tanto como su vida dan testimonio de ello. Murió como vivió, porque vivió arriesgándose en cada encuentro, en cada verso. Su asesinato fue la primera piedra poderosa que el odio de la muerte lanzó contra la liberalización de la vida. Una vida que empezaba a florecer después de un siglo y medio de censura moral. Esa piedra dio en el blanco cinco años antes de que estallara la gran catástrofe: el sida.
Soy un niño de Palermo que acompaña a su abuela Angela al velorio de una vecina; se murió doña Ema. Estamos a fines de los 60. Apenas llegamos veo que entra el hombre más hermoso que yo pudiera imaginar con mi ya desbocada imaginación de ocho o nueve años: es el nieto de la difunta (nunca supe su nombre, era El Innombrable). Otra vecina le dice a mi abuela: “Qué desperdicio, Angela; tan buen mozo y no le gustan las mujeres”. Mi abuela respondió: “No es un desperdicio, ¿o usted creía que la iba a cortejar? Siempre es bueno que haya uno en la familia, si no, ¿quién cuidaría de los viejos?” Sentí terror: sin que lo supiera me habían reservado un lugar en la economía familiar.
Michel Foucault fue un homosexual culposo, muy reprimido hasta que descubrió los saunas californianos. El sauna constituyó un espacio de fantasía: entre sus muros era posible encontrar todos los tipos de varones que la naturaleza ha creado y era posible también hacer con ellos todo lo que se desease. Los límites eran pocos. No se trataba tanto de limitar algún tipo de prácticas sexuales –siempre había un sauna que tenía una cámara más íntima para hacer cualquier cosa– ni tampoco el problema era que uno no encontrase partenaire (o grupo de partenaires) que estuviese dispuesto a compartir su juego –siempre había muchos dispuestos para cualquier cosa, doy fe–. Los límites del sauna tenían que ver con el anonimato: aunque a veces se lo violaba (solía haber hombres que querían encontrarse con otros fuera del sauna, tener con ellos otro tipo de relaciones), la norma era el anonimato total. El anonimato era esencial para garantizar lo que el sauna ofrecía: sexo puro, no contaminado por nada. En medio de las barrocas contradanzas que se llevaban a cabo en ese laberinto de cámaras caldeadas y húmedas, Foucault descubrió el sadomasoquismo.
Los sadomasoquistas pesados son una minoría –incluso hasta los que posan de sadomasoquistas son bastante pocos–. Foucault encontró en el juego violento del amo y del esclavo una forma de superar la contradicción sociosexual del activo y el pasivo: en el sadomasoquismo los roles suelen ser rotativos o, al menos, el amo depende tanto del esclavo como este de aquel, hay un espacio en el que se borran las diferencias instauradas por ese “quién domina a quién “. Foucault también dijo que descubrió “en su cuerpo” que el dolor físico era una instancia más profunda del goce. Todo lo que había pensado hasta entonces se iluminó cuando empezó a dedicarse al sadomasoquismo. (Es sugestivo que en los estudios académicos –especialmente en la Argentina– se lea a Foucault separado de su práctica sexual. Los profesores de filosofía foucaultianos se agarran, como cristianos del Evangelio, de una admonición del maestro: no leer una obra como reflejo de una vida. Sin embargo, Foucault no dijo que proponía que dejaran de pensar; hay formas más sutiles de relacionar vida y obra que la frigidez.)
En 13/20, una revista que estaba dedicada a adolescentes, yo solía leer el consultorio en el que uno de esos “especialistas argentinos” respondía dudas de los púberes sobre sexo. Los chicos escribían cartas cargadas de un infinito pudor, de un temor terrible porque no tenían a nadie entre sus relaciones a quién consultar. A los que preguntaban si estaba bien debutar con una prostituta o con una chica a la que no quisieran, el especialista les recomendaba que lo “mejor” era con alguien que uno amara. Les “informaba” que se podía tener sexo sin amor, pero que no era muy satisfactorio. Yo no sé si pudo sobrevivir alguno de los chicos que dirigían sus preguntas a ese consultorio porque “temían” ser homosexuales y no encontraban ninguna respuesta satisfactoria. Hay que tener un corazón de fuego que hiele a todos de espanto para ser capaz de soportar tanta agresión.
En las tristes páginas que los manuales escolares dedican a la educación sexual lo que se les informa a los chicos es cómo se produce un embarazo (ni siquiera cómo se lo previene). Reproducción, deseo y amor celestial: armas para convertir a un niño en un marido. El sexo diseñado para los machos en la Argentina no tiene nada que ver con el placer: es pura obligación.
La amistad antigua fue la más creativa forma de encuentro entre varones. La amistad conjugaba afecto y erotismo: amores intensos. Permitía alianzas poderosas. De la amistad nacieron nuevas formas de reinventar la vida. Por eso la amistad ha sido tan perseguida desde la Revolución Industrial: desde que el poder ha transformado a la vida en un deber, el placer es acorralado (la única forma de erotismo admitida es la sexualidad, el placer esclavizante).
La amistad antigua –que hasta el siglo XVIII permitía expresar públicamente el amor a los muchachos– se fue apagando y transformándose en el fantasma insepulto de lo que había sido. Además quedó confinada a unos pocos ámbitos (las alianzas secretas que funcionan dentro de las instituciones masculinas y que resultan incomprensibles fuera de ellas, las cofradías barriales, laborales, estudiantiles) y algunos momentos precisos en la vida de los hombres: mientras permanecen solteros o separados (los hombres casados son “amigos” de otras parejas). Pero aun así sigue cargada de potencia creadora: es una fuente de donde puede brotar el amor en medio del deber.
Foucault creía que en el futuro la amistad podría llegar a ser una estrategia para escapar de la sexualización, para reinventar la vida. Para mí, la amistad es la apuesta a la celebración del mundo. Un amor no cristiano.
Platón tenía razón: la belleza es la imagen sensible de la sabiduría. Es por medio del amor a los cuerpos bellos que alcanzamos a entender algo. Si no pudiésemos contemplar a los muchachos de los gimnasios atenienses, viviríamos en la bruma de la ignorancia hasta la muerte. Pero mi deseo no se alimenta sólo de hombres bellos: a mí me gustan todos. Soy como Dios (al menos, como un dios griego que ama el lado viril del universo): veo en cada cosa aquello que puede salvarla.
Conocí el encuentro furtivo, en el baldío barrial, en el zaguán de Palermo Viejo, en las escaleras de un edificio de oficinas, en un par de ascensores y en algunos baños públicos –no en muchos porque no es mi estilo–. Conocí relaciones que duraban horas, días erectos, una especie de tantra-yoga autodidacta. Conocí todos los secretos del amor sofisticado, austrohúngaro, de ese erotismo que creo que Tom Cruise también conoce (al menos por su actuación en Ojos bien cerrados, donde se lanza a la búsqueda de perversiones que ni él mismo sospecha).
La belleza me convoca con tanta fuerza que me deja exhausto; llega a dolerme. Como dice Lucrecio que le pasa al sediento en un sueño, que por más que beba de una fuente inagotable la sed no cesa, así de desamparado me siento frente a la belleza: deseo incorporarla, participar de ella. El verano es atroz, los cuerpos semidesnudos pueblan las calles, las plazas, las playas. Esos ojos hermosos, ese lunar en el hombro, ese pecho sólido: la juventud hermosa tiene privilegios que ninguna ley puede acotar. Por suerte, existe la voz: no sólo en las banalidades del discurso hay un espacio para calmar el deseo, sino también en los tonos. A veces un tono me salvó de morir de belleza.
Estoy esperando un colectivo y veo cruzar a un muchacho. Lo miro y no lo creo: es perfecto. Se para al lado mío. Lo siento ahí. No hace falta mirarlo para sufrirlo. El ni se da cuenta de nada: los jóvenes bellos viven en una especie de limbo del que se despiertan ya viejos y cansados (a los baby-face les va peor: después de los 40 todos se transforman en la abuela de Caperucita Roja: Paul McCartney, por ejemplo). El colectivo tarda y yo giro cada tanto la cabeza para verlo y vuelve a agitarse mi respiración. De pronto saca el teléfono celular de su cintura y llama a alguien. Tiene una voz que me recuerda a la de Niní Marshall cuando interpretaba a Catita. Esa voz lo vuelve terrenal, tan terrenal que se transforma en barro. (Recuerdo un verso profético de Baudelaire: “Sé bella y cállate”.)
Lutero tenía razón: la única manera de alejar el pecado es entregándose íntegramente a él. Peca fortiter (peca con fuerza, en latín). El deseo es terrible; su agitada luz nos convoca con una potencia que estremece. Hay veces que deseamos no desear, pero estamos condenados a vivir (a desear). En la primavera democrática del 84 al 86 hice el amor varias veces al día, casi cada día: en esos más de mil días conocí también a más de mil hombres. Apenas salía a la calle aparecía una nueva oportuni­dad erótica irrechazable. Y yo no la rechazaba. La carne es débil.
Era un vértigo como no recuerdo otro (sólo comparable con los recorridos por los saunas brasileños de la época anterior al estallido del sida). De tanto hacer el amor, llegó un momento en que empecé a sentirme vacío. Alcancé un estado que creía imposible: el deseo no desapareció, pero dejó de desear, de herirme con sus urgencias. Era una experiencia extraña, parecida a la que los budistas adjudican al Nirvana: ese fin del deseo que es necesario para acceder a la iluminación, al estado perfecto. Pero no era un Nirvana real, completo ni permanente. Era un Nirvana de bolsillo, portátil, que duró mientras hubo saciedad sexual. Apenas el aleteo de una mariposa.
Fue un momento maravilloso, quizá irrepetible, en el que no hacía falta que nada tuviera sentido. Fue una época celestial: yo sentí que me había liberado de ese deseo perverso que nos lleva a obligar al mundo a nos dé una excusa para que nos dignemos vivir. Ese vacío que alcancé gracias al placer sexual no fue una experiencia nihilista: fue el instante de la lucidez.
(Esta nota fue publicad por la revista Latido hace casi 15 años) 
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