El término Cisexual nació hace poco y, como tantos otros nacimientos, el
suyo fue una cuestión de cópula. O, en realidad, de dos. Una primera cópula une
a hombres y mujeres. Una segunda, a hombres y mujeres, por un lado y por el
otro, a todos los demás. Se trata, como podrá advertirse, del orden habitual de
los seres humanos en materia de género encarnado. Se trata también de un orden
que no por habitual es menos extraño. Ese hábito y esa extrañeza se hacen
presentes, a un tiempo, cada vez que alguien distribuye entre hombres y
mujeres, pongamos el caso, y personas transexuales. Después de todo, si algo
define a esas mismas personas transexuales es su reconocerse, justamente, como
hombres o mujeres, más allá de cuáles sean las condiciones iniciales de su vida.
La distinción entre hombres y mujeres y personas transexuales funciona sobre
una lógica de distribución que privilegia el primer conjunto mientras que
desconoce al segundo (o lo reconoce bajo el imperio de una cópula menor). La
transexualidad viene a funcionar así como una marca que se cancela a sí misma:
un hombre transexual es aquel que, a pesar de ser un hombre, nunca entrará en
la distribución de los seres si no es como transexual, incluyendo la
distribución diferencial de bienes, incluyendo la capacidad diferencial para
nombrar. Hasta que alguien transexual, un día, dijo basta, y acuñó la palabra Cisexual.
Los dos términos oponen dos prefijos latinos. “Cis”
quiere decir “de este lado”, mientras que “trans” significa “del otro lado”.
Esta oposición distingue entre dos experiencias básicas de la encarnación del
género: la de los hombres y las mujeres que viven en el sexo que les fuera
asignado al nacer y la de los hombres y las mujeres que en algún momento de su
vida cambiaron de sexo. Bajo este régimen semántico, la experiencia de hombres
y mujeres cisexuales se equipara a la de hombres y mujeres transexuales: ambas
son experiencias marcadas, susceptibles de ser narradas por otro u otra que las
distingue de las propias sin otorgarle, al mismo tiempo, superioridad
discursiva alguna.
La familia de palabras Cisexual tiene un miembro de
lujo: el término cisexismo. Se define como la combinación entre dos tipos de
sexismo: aquel que coloca a las mujeres, y en general a lo femenino, en un
lugar inferior y subordinado respecto de los hombres y, en general, a lo
masculino, y aquel que coloca en un lugar inferior y subordinado a las personas
transexuales respecto de las cisexuales. Lo tenebroso del cisexismo es que
puede ser puesto en práctica aun por quienes luchan cotidianamente contra el
sexismo, cuando su lucha es incapaz de volverse contra sus propios privilegios
(por ejemplo, el privilegio de preguntar, desde una posición Cisexual, por qué
alguien transexual reproduce estereotipos corporales de género).
Se dirá que este reordenamiento tiene innumerables
problemas. Los tiene. Sin embargo, nombra un problema —si no el problema— y no
sólo lo nombra: también le pone cascabeles.
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