La mayoría de las personas piensa que la institución
del matrimonio tal como la conocemos en el día de hoy fue establecida y
ordenada por Dios en la Biblia y que por lo tanto se trata de una institución históricamente
sagrada al igual que la familia.
Sin embargo la historia del matrimonio pone de manifiesto que no
tiene raíces ni sagradas ni religiosas.
La raíz de la palabra matrimonio no proviene de los Hebreos
sino de la Roma antigua donde comenzó a utilizarse por primera vez el
término del Latín maritare que significaba
“casarse” o “dar en casamiento”. En aquellos tiempos cuando una mujer se casaba
era entregada por su padre o por su guardián legal a la custodia legal del maritus o esposo, un término éste que
revela el origen pagano de la palabra
matrimonio que proviene del dios Marte
patrono de la masculinidad.
Habida cuenta de que el término matrimonio no
proviene de la cultura hebrea ni de los textos de sus Escrituras conocidas por los cristianos como Antiguo
Testamento, resultará pertinente formularnos
la pregunta acerca de cómo los hebreos interpretaban las uniones matrimoniales
y si éstas tenían un carácter sagrado o religioso que pudiera remontarse a los
principios de la historia del pueblo de Israel.
Algunos académicos especializados en historia bíblica han tratado de extrapolar la idea de
matrimonio como pacto entre esposos y una ética del matrimonio a partir de la narrativa
de la creación que encontramos en el
libro de Génesis capítulos 1 y 2 mientras que otros estudiosos especialmente en las últimas
décadas entienden que el relato de la creación de los primeros humanos no nos
proporciona una “ética de la creación” sino que más bien constituye un relato
etiológico que sirvió para explicar como las cosas llegaron a ser como son y como surgió la vida en la
tierra y especialmente los seres humanos.
Mientras que el “hombre” en
singular tal como aparece en la Escritura simplemente representa a los varones en
general, el texto no pretende establecer
una ética sexual o una ética del matrimonio monogámico, permanente
y heterosexual fundamentado a través de un pacto mutuo entre los
esposos. Si la historia intentare
establecer una ética sexual absoluta, eterna y universal, luego todos los seres humanos serían también
obligados a casarse, procrear, ser vegetarianos, nudistas y observar
rigurosamente el Shabat Judío, elementos que también presentes en el texto de Génesis.
Las Escrituras Hebreas no
presentan al matrimonio como un pacto pero sí como una transferencia de
la propiedad sexual que pasa del padre o tutor al esposo. Para referirse al
casamiento el texto bíblico emplea un
vocabulario diverso que incluye expresiones como “tomar por esposa” (laqach), “dar por esposa” (natan), etc. y que generalmente se
traducen por “tomar en matrimonio” dando al lector moderno la falsa impresión
de una boda celebrada entre una pareja
de iguales que sella el pacto matrimonial
intercambiando votos mientras que en realidad el matrimonio Bíblico consistía básicamente en transferir
la propiedad sexual (una hija virgen) del padre al esposo involucrando
comúnmente el pago de un precio nupcial (mohar)
que el esposo o su familia entregaba al
padre de la virgen.
En este contexto el
adulterio no se comprendía como la ruptura de una promesa hecha a la esposa
(infidelidad) sino como una ofensa a la propiedad del esposo de la mujer de la
misma manera que el sexo pre-marital constituía una ofensa contra la propiedad
del padre de la virgen cuyo “valor monetario” quedaría diezmado.
La gravedad del adulterio residía en el
hecho de que la continuidad de la familia dependía enteramente de la
adquisición de herederos legítimos, pues si la esposa tenía relaciones con un
tercero, ponía en peligro la legitimidad de los herederos del marido. El estado marital del varón que cometía
adulterio era irrelevante porque no se
trataba de una violación de un
compromiso de fidelidad como lo
entendemos en la actualidad sino de la usurpación de los derechos de propiedad
que otro varón tenía sobre su
esposa.
En lo que respecta a la celebración de la
boda no existía ninguna clase de ritual
religioso sino que comúnmente se realizaba una fiesta en la casa familiar donde
los desposados se presentaban públicamente como sucedió en la tan conocida boda
de Caná registrada en el evangelio de San Juan donde Jesús realiza su primer
milagro transformando el agua en vino.
Algo diferente ocurría en Roma donde las personas tenían la opción de casarse con rituales
religiosos paganos sofisticados y costosos aunque los mismos quedaban normalmente
reservados para los ciudadanos más adinerados pues no se trataba de una
costumbre obligatoria. Para la mayoría
de las personas los casamientos también se realizaban en el hogar con una
fiesta familiar donde la pareja daba su consentimiento delante de muchos
testigos. En Roma sin embargo solía realizarse
un contrato escrito donde se especificaban aspectos relativos a la
propiedad y a la dote de modo que todos
los asuntos legales que giraban alrededor del matrimonio tenían como base ese
contrato.
De acuerdo la investigación del historiador cristiano
John Boswell (Same Sex Unions in Pre-Modern Europe), también existieron uniones
formales entre ciudadanos romanos del mismo sexo aunque en los sectores más
conservadores estas uniones eran vistas con cierto desprecio y sorna.
Aún así durante varios siglos se practicaron
uniones entre personas del mismo sexo hasta que finalmente fueron
declaradas ilegales por el emperador Constancio II en el año 342 DC
reflejando la creciente influencia del cristianismo.
A partir de la conversión de Constantino I el Imperio
Romano adopta como religión de estado al cristianismo y la iglesia de Roma se
hace cargo de la gran maquinaria
religiosa. Júpiter y su sacerdote
terrenal fueron reemplazados por Jesús y su representante, es decir el Papa que era el obispo de Roma.
De este modo, gran parte de la ley romana y
su correspondiente burocracia fue delegada al poder de la nueva religión. Pero la religión de estado
cristiana fue menos tolerante que la religión de estado pagana. La autoridad que ostentaba el maritus
sobre la familia comenzó a desvanecerse para dar lugar a la
autoridad de la iglesia sobre todos sus miembros, junto con todos sus códigos morales, muchos de
ellos heredados del estoicismo y neoplatonismo griego ajenos
a la raíz hebrea.
Rompiendo con los
lazos judíos, los primeros teólogos rechazaron la poligamia y adoptaron la
monogamia como regla absoluta. Al mismo tiempo
comenzaron a oponerse a ciertas prácticas sexuales consideradas paganas
como la homosexualidad, la posesión de
concubinas, o la permisividad del sexo con esclavos.
Al principio la
iglesia primitiva permitió el divorcio en caso de adulterio, pero más tarde se estableció que el término de un matrimonio
lo daba la muerte o una dispensación
especial de la iglesia.
Sin
embargo en el aspecto civil el matrimonio cristiano siguió el mismo esquema del
matrimonio de los tiempos paganos.
De acuerdo al historiador David G. Hunter,
los primeros obispos requerían que los matrimonios fueran aprobados por las
iglesias, aunque las bodas seguían siendo realizadas en los hogares con la
correspondiente fiesta. La dote se
establecía por medio de un contrato que a la vieja costumbre romana era leído y firmado ante testigos. Recién en los tiempos de la Edad Media
temprana se comienza a establecer el
concepto netamente católico de
matrimonio con característica legal y status sagrado.
En esos tiempos la iglesia ya había comenzado
a poner menos énfasis en las Escrituras proclamando
dogmas propios bajo la forma de
edictos papales. Esta tendencia cobró
mayor fuerza en el siglo IX cuando Carlomagno asumió el título de Santo
Emperador Romano tras reunificar la mayor parte de la Europa occidental con la
bendición papal. Para el siglo XII la Iglesia ya había arrancado
definitivamente la ceremonia matrimonial del ámbito del hogar para llevarla a
la esfera de templo y en el Siglo XIII el matrimonio llegó a constituir uno de
los siete sacramentos, de tal modo que solamente podía ser dispensado por un
sacerdote. No obstante, la costumbre de
realizar un contrato de consentimiento continuó vigente.
Con el tiempo y también durante la edad media, el
comienzo del feudalismo y del disenso religioso fue forzando a los estados
europeos a reconocer la necesidad de un matrimonio civil de modo que en el
siglo XV los sacerdotes oficiantes del
matrimonio religioso comenzaron a
representar a la autoridad civil, aunque por esos tiempos iglesia y
estado eran prácticamente una misma
cosa. La autoridad civil (Santo Imperio o municipios) ejecutaban
la justicia que era dictada por la Iglesia.
Alrededor del siglo XVI la Iglesia Católica se había vuelto muy cruel y
corrupta torturando y asesinando a miles de personas por medio de la
Inquisición.
Tanto ricos como pobres
sufrieron las atrocidades de una mano dura religiosa que interfería en los
asuntos privados de la gente particularmente en lo que respecta al sexo y la
familia.
Cuando en ese mismo siglo explota la Reforma
Protestante, sus líderes declaran nuevamente las Escrituras como única fuente
de autoridad. Martín Lutero señaló que
el carácter sacramental del matrimonio no tenía fundamento bíblico sosteniendo que las tradiciones que reclaman tal carácter
eran poco serias.
Poco después en el Concilio de Trento celebrado en 1563
la Iglesia Católico romana reacciona
furiosamente decretando que un matrimonio no podía ser válido si no era
oficiado por un sacerdote católico.
Pero el protestantismo trajo aparejada la
secularización del matrimonio que solamente tendría valor legal cuando era
validado por la autoridad civil obviamente
en los países que adoptaron la teología de la Reforma. En Inglaterra la
naciente iglesia Anglicana mantuvo los sacramentos católicos y en su área de
influencia llegó a imponer el casamiento religioso obligatorio. En el resto de
la Europa donde la Iglesia Católica era religión de estado, los matrimonios se realizaban siguiendo la
disposición del Concilio de Trento.
Un
drástico giro comenzó a producirse con
el fuerte anticlericalismo que trajo la Revolución Francesa a fines del siglo
XVIII que reinventaría nuevamente los
conceptos de familia y matrimonio y al igual que en la antigua Roma, el
matrimonio sería redefinido como un contrato civil, al punto que la revolución llegó a
prohibir a la iglesia oficiar matrimonios. Las parejas que deseaban casarse debían
recurrir a la autoridad civil local donde un representante del gobierno los
casaba y dejaba registrada la unión.
También se legalizó el divorcio.
La influencia de la Revolución
Francesa en Europa fue muy grande y en poco tiempo muchos estados comenzaron a
introducir el matrimonio civil como única forma de reconocimiento legal.
En el día de hoy los católicos y evangélicos
conservadores pasando por alto siglos de
historia, se aferran al supuesto carácter sagrado y absoluto del matrimonio
con el propósito de negar este derecho a
las personas LGBT.
El matrimonio como tantas otras instituciones fue creado como respuesta a necesidades
específicas y es en esencia un medio al servicio del ser humano. Desde los comienzos, la mayoría de las
sociedades necesitó de un medio ambiente confiable para asegurar la
perpetuación de la especie, un sistema de reglas para reconocer los derechos de
la propiedad sexual y la protección de la línea de sangre. La institución del matrimonio cubrió todas
esas necesidades pero no fue una entidad estática sino que con el devenir de
los tiempos se fue adaptando a los requerimientos y dinámica de cada sociedad
cambiando cuando era necesario al compás
de las nuevas realidades y del progreso del conocimiento.
En las últimas décadas la homosexualidad viene dejando
de ser un aspecto reprobable tanto desde
lo social como de lo religioso, circunscrita al ámbito privado –conocido como
armario- para ir siendo poco a poco reconocida y aceptada como una
característica natural de la persona
humana. Como consecuencia los
homosexuales comienzan a
reclamar los derechos que tienen
las demás personas y entre ellos la posibilidad de unirse
en matrimonio con los mismos derechos y obligaciones que corresponden al
matrimonio heterosexual.
Se trata de una nueva realidad que encuentra particular oposición en sectores religiosos y conservadores de la
sociedad que perciben una amenaza de pérdida
de sus referencias fundamentales y certezas absolutas que se manifiesta por el miedo al cambio. Pero
esta clase de oposición no es nueva, ha sucedido una y otra vez a lo largo de
la historia cada vez que se intentó cuestionar alguna premisa supuestamente absoluta o sagrada.
Afortunadamente la sociedad occidental parece
transitar una dirección para la cual no
existe retorno, y aunque las voces conservadoras
seguramente no van a ceder sino que continuarán
su oposición por un buen tiempo, los logros alcanzados demuestran que la
sociedad está cambiando y que el matrimonio homosexual no destruirá los valores
tradicionales de la familia sino que posiblemente podrá contribuir a
reforzarlos.
En estos tiempos en que el matrimonio heterosexual
experimenta una profunda crisis que
quizá le demande ciertos replanteos, el hecho de que haya personas que
luchan para casarse y constituir
familias, es una señal positiva que debe
ser apreciada por encima de todo
prejuicio.
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