“Ver el mundo en blanco y negro nos aleja de la moderación y de la paz interior porque la vida, por donde se mira, está compuesta de matices.

Querer imponer al universo nuestra primitiva mentalidad binaria no deja de ser un acto de arrogancia y estupidez.”

Walter Riso.

domingo, 14 de julio de 2013

LA HOMOSEXUALIDAD EN EL SACERDOCIO Y LA VIDA CONSAGRADA.



Lo no dicho.

 El tema ronda una y otra vez en el ambiente eclesiástico y religioso. 

Pero de él no se habla. O se habla en círculos reducidos y como “en voz baja”. Se conocen datos, se aprecian comportamientos que parecen hablar en esa dirección, se sospecha a veces.

Pero, aunque se va dejando paso al abordaje explícito (la propuesta de esta revista es un  ejemplo de ello), el asunto sigue siendo todavía un “tema tabú”. Con su efecto correspondiente: lo que es negado se convierte, maléficamente, en omnipresente.

 El problema es que de lo que no se habla no se puede elaborar convenientemente. Queda en estado pulsional, irracional, con unos contenidos marginados que, no por ello son menos acuciantes y que, desde su estado de exclusión, sólo pueden encontrar una emergencia “sintomática”. 

Porque, en efecto, un dinamismo afectivo que no puede ser pensado, verbalizado, debatido racionalmente, queda sin la elaboración psíquica necesaria (lo que conocemos como “procesos secundarios”) que posibilitan su conveniente manejo. 

En estado de “proceso primario” lo homosexual tiende, pues, a imponerse al margen del Yo consciente, ya sea como fantasma amenazante del que hay que defenderse compulsivamente o como actuación, compulsiva también, con todas las derivaciones patológicas, morales y sociales que, con razón, nos alarman. Son efectos, de lo no dicho. 

Los escándalos que saltan a la luz en países como los Estados Unidos de América son buena muestra de ello. Y no deberíamos olvidar que esos escándalos no son frutos de una mayor permisividad en esas áreas geográficas, sino de una mayor conciencia social que ya no está dispuesta a callar lo que en otras zonas, puede seguir ocurriendo, sin posibilitar siquiera ese escándalo que, a pesar de todos sus inconvenientes, funciona como barrera de contención y sana defensa frente a una situación de abierta perversidad. En estos casos, la homofobia se impone imposibilitando el sano abordaje del problema.

 Se hace, pues, obligado partir de un hecho incontestable, por más que se pretenda escamotear: la existencia de sujetos con orientación básicamente homosexual, tanto en la vida consagrada masculina y femenina como en el ministerio sacerdotal. 

Si la proporción general de la población homosexual es difícil de determinar, pero muchos la sitúan entre el 6 y el 10%, tendríamos que convenir razonablemente en que, al menos, esa misma proporción debe existir en la vida consagrada y sacerdotal. 

Pero hay que tener en cuenta, además, que en esos estados de vida concurren unas especiales circunstancias que fácilmente acrecientan la motivación de personas con dicha orientación para formar parte de sus filas: De una parte, pensar la propia vida en comunión y convivencia con personas del mismo sexo. 

De otro lado, el proyecto de dedicación altruista a los otros, que parece engarzar bien con aspiraciones específicas de la dinámica homosexual, obligada a situarse al margen de un proyecto de familia. Más aún, en el seno de aquellas sociedades donde se considera “extraño” a todo aquel que eluda la vía “normal” del matrimonio. Habría que pensar, incluso, en la particular atracción por la experiencia religiosa que parece darse en la dinámica homosexual. 

El conjunto de datos hace pensar, pues, que la vida consagrada y sacerdotal ofrece unas peculiaridades que fácilmente poseen el efecto de aglutinar una proporción de personas con orientación homosexual mayor incluso que la de la población general.

Un poco de historia.

 John Boswell ha realizado una investigación histórica rigurosa que no puede dejar de sorprender a quienes consideran que las relaciones entre la vida eclesiástica y la homosexualidad mantuvieron siempre las mismas relaciones de tensión y ocultamiento tabuístico. 

Una vez más, la historia ayuda a relativizar posiciones y a comprender que la homosexualidad ha sido reconocida y experimentada de modos muy diversos a través del tiempo en las diversas sociedades y culturas.

 De modo particular sorprende la relevancia que tuvo la “unión romántica” entre personas del mismo sexo en el seno de la espiritualidad y de la vida religiosa a lo largo de la Alta Edad Media. Boswell da así cuenta de la poesía amorosa que circuló por monasterios y comunidades religiosas entre una serie de personajes como Ausonio y san Paulino, obispo de Nola, en la que se hace patente un claro lirismo erótico explícitamente cristiano. 

O las que se intercambiaban Walafrid Strabo, abad del monasterio benedictino de Reichenau y su amigo Liutger.

 El amor entre varones fue aceptado como una variedad normal del afecto que, a diferencia del de los contemporáneos paganos, poseía una significación espiritual y cristiana. 

Los clérigos homosexuales participaban incluso en ceremonias matrimoniales homosexuales, ampliamente conocidas en el mundo católico a partir del siglo V y en las que se invocaban parejas del mismo sexo de la historia cristiana tales como Sergio y Baco, Cosme y Damián o Ciro y Juan. 

Se conoce también controversias entre algunos clérigos sobre si era preferible la sexualidad homosexual o la heterosexual.

 Toda una corriente espiritual se desarrolló también en las comunidades religiosas que idealizaba el amor entre personas del mismo sexo, tanto dentro como fuera de la vida religiosa. 

Largos y hermosos poemas amorosos surgieron también entre las monjas del sur de Alemania en el siglo XII en los que -como analiza Boswell- hay referencias a gestos físicos reales o simbólicos que expresan un amor de nítida pasión erótica y que se entiende como un amor cristiano, no contrapuesto a la virtud y a la santidad, pero sí al amor pagano.

 Conocido es también el caso de Aelred , abad del monasterio cisterciense de Rielvaux, que habiendo llevado una vida homosexual desenfrenada entra en la vida religiosa, se compromete rígidamente con su voto de castidad, pero no renuncia a las uniones amistosas apasionadas, tal como se deja ver en su ya clásico tratado De spiritali amicitia.

 Pero la insistencia en la vinculación inseparable entre sexualidad y procreación fue trayendo consigo una progresiva valoración negativa de lo homosexual y, con ella, la práctica desaparición de esa corriente espiritual que ensalzaba el romance homoerótico. 

La tolerancia de la Alta Edad Media desaparece y se acrecienta el temor, la condena y la amenaza de lo homosexual que llega casi hasta nuestros días.

 En la actualidad, sin embargo, la idea y la vivencia general de la sexualidad cambia de un modo sorprendente. 

También, por tanto, la valoración y la sensibilidad frente al fenómeno homosexual. Más en particular y con relación a nuestro tema, llama poderosamente la atención la valoración que sobre ella hacen los jóvenes candidatos y candidatas a la vida religiosa o al sacerdocio. 

En los más de doscientos informes realizados por el Centro de Psicoterapia Francisco Suárez de Granada, son muy escasos los que ante el término homosexual muestran un juicio negativo o una valoración condenatoria. 

Por el contrario, la enjuician, en su práctica mayoría, como una tendencia diferente que expresa un modo normal de vivir la sexualidad.

 Más significativo aún en cuanto al cambio que se opera en nuestros días resulta la emergencia de movimientos cristianos homófilos que se conciben como agrupaciones de vida consagrada. 

Es el caso de las “Fraternidades de la amistad”, comunidades de sujetos homófilos que nace en Barcelona en 1966 bajo la inspiración de la espiritualidad de Charles de Foucauld y Teresa de Lisieux, con una propuesta de castidad, pobreza y obediencia y con un proyecto apostólico de especial sensibilidad a la vindicación social y evangelización de la homotropía. 

Un grupo de características equivalente existe también en Francia desde hace años. Se trata, sin duda, de un fenómeno singular y minoritario, pero que habría que valorar como un “emergente” de los replanteamientos y transformaciones que, sin duda, se están produciendo en las relaciones entre homosexualidad y vida religiosa o sacerdotal. Esos replanteamientos, no obstante, se enmarcan todavía dentro del amplio debate sobre el tema.

J. BOSWELL, Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, Muchnik , Barcelona 1993.


Continuara…

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