Por mucho tiempo se ha pensado que la diversidad sexual es la práctica, preferencia o identidad diferente de la heterosexualidad, es decir, de la pareja formada por un hombre y una mujer. No obstante, la diversidad sexual es el mosaico de todas las formas humanas de sexualidad, incluida la heterosexual.
Aunque cada cultura otorga valor a ciertas prácticas sexuales y minimiza o sataniza a otras, en general las prácticas no heterosexuales se han calificado de antinaturales, porque socialmente suele descalificarse lo desconocido o lo que parece extraño.
El Programa Universitario de Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México, presentó el año pasado una ponencia sobre diversidad sexual, de la connotada antropóloga mexicana especialista en estudios de género, Martha Lamas, y que hoy retomamos debido a la vigencia del tema.
En aquella ocasión, la ponente aseguró que si la práctica heterosexual ha sido considerada como “natural” se debe a su complementariedad reproductiva.
“¿Es verdaderamente la reproducción de la especie el sentido esencial del acto sexual? –Preguntó Lamas- no, sin embargo la tradición cultural judeocristiana occidental plantea la inmoralidad intrínseca del acto sexual: el placer es malo y sólo se redime la sexualidad si se vuelve un medio para reproducir a la especie. En tal concepción subyace una creencia: las prácticas sexuales tienen, por sí mismas, una connotación inmoral “natural”, expiable con culpa y sufrimiento”.
La antropóloga consideró que al valorar fundamentalmente el aspecto reproductivo, se conceptualiza la sexualidad como actividad de parejas heterosexuales, donde el coito dirigido a fundar una familia tiene preeminencia sobre otros arreglos íntimos. “Por lo tanto, la sexualidad sin fines reproductivos o fuera del matrimonio, no heterosexual, no de pareja, es definida como perversa, anormal, enferma, o, simplemente, moralmente inferior”, afirmó.
Sobre los imperativos morales de un supuesto orden natural, Marta Lamas apuntó que ello “no es válido, ética ni científicamente. Lo ‘natural’ respecto a la conducta humana no existe, a menos que se le otorgue el sentido de que todo lo que existe, todo lo humano, es natural. El término ‘natural’ suele encubrir una definición centrada en la propia cultura —etnocéntrica— que descarta otras sexualidades, estigmatiza ciertas prácticas, propone la “normalización” de los sujetos, y en algunos casos su represión. Si se insiste en pensar la sexualidad derivada de un orden “natural”, habrá que hacerlo entonces con el sentido libertario y pluralista de: todo lo que existe, vale”.
No obstante, para esta investigadora mexicana el tiempo transforma las creencias. “La internacionalización de la información ayuda inmensamente y México no puede sustraerse a las tendencias democratizadoras que ocurren en las sociedades desarrolladas. Los valores sexuales defendibles en la agenda política democrática son, a nivel internacional, el respeto a la diversidad sexual, el consentimiento mutuo y la responsabilidad para con la pareja. Si esta pareja tiene cuerpo de hombre o de mujer es, en todo caso, una cuestión irrelevante. Lo imprescindible es que haya respeto, consentimiento mutuo y responsabilidad. La diversidad sexual ahí debe quedar enmarcada”.
Finalmente, Lamas concluyó que “defender la diversidad sexual implica defender la vida democrática de nuestras sociedades. Y como el proyecto democrático, por sí solo, no genera condiciones para que exista libertad sexual es necesario impulsar ciertos acuerdos sociales que eduquen contra la homofobia, impidan la discriminación y fomenten el respeto a la diversidad sexual humana”.
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