Más que en las experiencias de los Estados socialistas del siglo XX, que usualmente tendieron hacia la negación y discriminación de los derechos de la diversidad sexual bajo una ideología y educación androcéntrica y heterosexista, pareciese que la inspiración para el socialismo del siglo XXI debe buscarse en sus propios orígenes filosóficos y programáticos, con especial atención al utopismo socialista. Igualmente, debemos explorar las resistencias internas a la política de Estado por parte de grupos alternativos y los cambios recientes en los estados socialistas, probablemente impulsados por la lucha global por los derechos sexuales. Y, por último, es necesario recuperar la disidencia de izquierda, dentro y fuera del sistema socialista, que ha promovido la diversidad sexual.
La hegemonía androcéntrica y heterosexista ha generado históricamente discursos y prácticas que atentan contra la diversidad sexual tanto en los estados capitalistas como en los socialistas, pero, a la vez, en ambos polos del espectro político se han producido cambios en las últimas décadas que apuntan hacia una posible incorporación de la diversidad tanto a las políticas de Estado como a las dinámicas sociales de base. Así, desde hace unos veinte años, la globalización del mercado y de las personalidades, del sida y de los Derechos Humanos, han llevado a las organizaciones civiles a hacer del tema una agenda más política que reflexiva. La diversidad, orientación, igualdad y libertad sexual, se hicieron cruciales para pensar lo humano y lo político en una sociedad anhelante de más y mejor democracia.
En este preciso momento, a inicios de 2007, nos encontramos en un eje importante del proceso revolucionario venezolano. La llamada por el presidente Chávez "radicalización del socialismo" parece ofrecer esperanzas de un nuevo y mejor sistema para algunos, mientras que para otros podría implicar la pérdida de algunas de las dinámicas de la democracia participativa y pluralista que caracterizaron los orígenes de este proceso. No hay contradicción entre teoría y práctica en este campo, ya que la praxis, a partir de la reflexión, permite salir al campo de la acción política. No tiene ningún sentido el desarrollo teórico sin una acción social política. De esta manera, a pesar de que la diversidad supone la existencia y aceptación de diferencias posicionales, vemos peligros políticos en la lucha segmentada de distintos grupos e identidades sexuales. De hecho, consideramos que el reconocimiento de las diversidades puede llevarnos a una lucha mancomunada e, incluso, a la conformación social y política de nuevas identidades genéricas que aún no existen, a partir de la reflexión y la práctica política.
Es necesario seguir siendo radicales e incluyentes en el sentido de profundizar e ir a la raíz de la variedad de las identidades y prácticas de género en nuestra sociedad actual con el fin de defender la diversidad y la diferencia, más allá de las imposiciones normativas y de las naturalizaciones hegemónicas. Defendemos el derecho a la posibilidad de elegir y vivir el cuerpo que físicamente vivimos, con el que socialmente interactuamos y que culturalmente construimos y representamos como proyecto y espacio posible para generar identidades. Como argumenta Butler, los cuerpos importan así como sus implicaciones sexuales y de género, tanto física, como social, histórica, cultural y, en consecuencia, políticamente.
Más allá de los contextos históricamente determinados, debemos recordar que los proyectos políticos modernos occidentales, los cuales incluyen tanto a los existentes Estados capitalistas como a los socialistas, se basan en una episteme o visión de mundo que, desde sus orígenes, privilegia lo masculino, lo heterosexual y lo familiar sobre otras alternativas de acción y organización social, desde los espacios públicos y políticos hasta los privados e íntimos. Esta visión de mundo trasciende los límites del socialismo y atraviesa transcultural y transpolíticamente los sistemas de gobierno y las políticas de Estado del mundo moderno global, estableciendo y reproduciendo sistemas normativos que regulan y suprimen la posibilidad de cuestionamiento y transformación de la vida cotidiana del ser social.
Sin embargo, también debemos recordar que un proyecto político socialista, a diferencia del capitalista, explícitamente privilegia la garantía de la igualdad, entendida más como equidad que como homogeneidad –como lo concibieron Marx y Engels-, en el sentido que todos tengamos iguales oportunidades y responsabilidades, derechos y deberes, en lo económico, político, cultural y simbólico. Así, el paso de la exclusión a la inclusión puede garantizarse sólo si tomamos conciencia de la existencia histórica y concreta de la discriminación y la segregación y de sus aparatos de implementación y control, y fundamos nuevas estrategias para la efectiva participación colectiva y multivocal en las decisiones sociales. Con este fin, el reconocimiento de la diversidad sexual -y de la socioeconómica, política, ocupacional, etária, racial, étnica, nacional, regional, religiosa, corporal, etc. – constituye el primer avance para construir la justicia social esperada. La jerarquía, sistema de rangos/clases marcado por el acceso diferencial a los medios de producción, debería ser sustituida por una sociedad más heterárquica, un tipo de organización opuesta a la verticalidad política y a la centralización del poder, en la que la diversidad social forma estructuras rizomáticas basadas en el acceso especializado grupal o individual sobre productos, recursos o información, redistribuidos equitativamente por un sistema institucional y normativo equivalente (Brumfiel 1995, Crumley 1995).
En el caso de la Venezuela actual, a través de la propaganda y la acción política, se ha desatanizado un término desdeñable o casi impronunciable hace una década, como el de socialismo, y se ha incorporado a los ideales, aspiraciones y usos de la mayoría de los colectivos e individuos. De manera similar, este mismo proceso se ha venido produciendo, tanto en el contexto global como en el nacional, con la aceptación de los términos homosexual, lesbiana, transexual, debido a la lucha política de los sectores de la diversidad sexual. Este fenómeno no comporta una comprensión más clara ni una aceptación real de estos colectivos como agentes sociopolíticos, ni representa el fin de la discriminación y exclusión, pero genera una mayor visibilidad simbólico-política. El Estado, al menos éste que, desde la inclusión, propone una nueva sociedad basada en un socialismo humanitario, debe integrar reflexivamente a su programa la puesta en valor de la diversidad sexual. Sin embargo, el programa estatal debe ser coherente, lo que requiere la revisión permanente de las contradicciones entre la nueva praxis política y los resabios homofóbicos y heterosexistas manifiestos, irreflexiva y frecuentemente, en los discursos y acciones de instituciones, colectivos e individuos que conducen el nuevo socialismo. Contradicción que se expresa, por ejemplo, en el hecho de que, mientras la Alcaldía Metropolitana de Caracas atiende abiertamente las solicitudes de la comunidad LGBTI de la Gran Caracas, el alcalde profiere frases homofóbicas y misóginas para atacar al adversario, contradiciendo el discurso institucional. Es decir, mientras se abren puertas oficiales para la participación, éstas necesariamente no conducen a espacios o plataformas sólidas para el debate y la acción política, sino a precipicios que otra vez segregan e invalidan lo diverso. El empoderamiento no debe provenir de la usurpación de la voz diferente. Es urgente que los agentes sociales y colectivos que se identifican, participan y atienden la diversidad sexual, presionen y ocupen los nuevos espacios, creen estrategias de movilización y planteen sus propias alternativas de participación y organización, para que así puedan hacer reclamos e incidir en las políticas nacionales que los afecten positiva o negativamente, directa o indirectamente. La apertura de los espacios pareciera garantizar el ejercicio de una nueva democracia participativa que incluye al/a la sexodivers@ como sujeto político; sin embargo, sólo con nuestra participación permanente, alerta, crítica, comprometida y responsable podremos incidir efectivamente en la construcción de una sociedad más humana.
Tomado de: Diversos y socialistas: La diversidad sexual en el socialismo del siglo XXI
Carlos Gutiérrez, Rodrigo Navarrete y Marianela Tovar
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